lunes, 19 de noviembre de 2007

Ojalá que quisieras dormir esta noche conmigo.

El trago amargo
como el sabor
de mi sangre
enferma
que me baja
más que deslizándose
atropellado
como cayéndose
después de haber tropezado
o, más fielmente,
haber sido empujado
por la garganta
es la derrota.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Esto lo escribí algo borracho.

Tengo un fantasma en casa. Nunca he creído en estas cosas. Ya de niño, no me asustaba el que hubiera monstruos en el armario o debajo de la cama. Por si acaso nunca dejaba un brazo o una pierna fuera de la cama. Era precavido, eso sí. Pero no era algo que me obsesionara.

Desde un primer momento noté que algo raro pasaba en esta casa. Cosas que se movían de sitio o que sin motivo aparente desaparecían, luces que se apagaban o encendían solas, puertas que se cerraban, ese tipo de cosas. Nunca he sido muy listo, pero algo raro ya me olía. Una noche, me levanté con sed de la cama, fui a la cocina y allí estaba él, delante del frigorífico. “¿Pero qué coño?” Era un pirata. Un pirata de los de las películas. Tenía la ropa ajada, un sombrero de pirata, una pata de palo de pirata, un parche de pirata y una espada de pirata a la cintura.

-“¿Qué haces en mi cocina, tú quién eres?”

-“Soy el capitán Barbazán” – Me dijo con una voz cavernosa.

-“Vale, capitán Barbapatán, ya estás dejando el zumo en la nevera de nuevo y largándote de mi casa.”

-“¿Tu casa, cómo que tu casa? Esta es mi casa, soy el fantasma de la casa”

-“¿Cómo que el fantasma de la casa? Yo no creo en los fantasmas.”

-“Creas o no, pequeño grumete, soy el fantasma de la casa y esta me pertenece tanto o más que a ti. Está escrito en el reglamento de los fantasmas que en cada casa ha de haber uno”

-“Señor Bartacán, esto es absurdo, ¿qué demonios hace el fantasma de un pirata en una casa a kilómetros del mar?”

-“A mí no me pidas cuentas, joven, yo solo soy un producto de tu mente. Creas o no en los fantasmas aquí me quedaré” – Y desapareció ante mis ojos.

Tomé un vaso de agua y me fui a la cama.

Yo lo tomé todo por un mal sueño, pero el capitán Barbazán siguió haciendo de las suyas.. Me escondía cosas, apagaba y encendía las luces, me destapaba cuando estaba durmiendo y más frío hacía, ese tipo de cosas tan molestas.

Por esa época, yo estaba enganchado a una chica, Candela. La había conocido en una de las discotecas a las que solía acudir todas las semanas. Para ella yo no representaba nada,. Uno más (y nada menos) de tantos. Tantos no sé si es mucho o poco, y no quiero obsesionarme con ello. Pero para mí ella era algo más. Joder, he tenido a muchas, demasiadas tal vez. Pero ¡coño! eso no me inhabilita para que cuando una me gustara de verdad, me gustara de verdad. Con gustarme de verdad no quiero decir follármela con más ganas que a otra ni pensar en ella al masturbarme ni ese tipo de cosas tan vulgares,. Cogerla de la mano al pasear, acompañarla a casa, pensar en ella en los ratos muertos, ese tipo de cosas. No era una belleza, pero ¡eh! No era mala. Y, oh, eso para mí no era malo. No sé como ni porqué ellas se dan cuenta de algo, de que no soy quién aparento, que voy a fallar, cualquier cosa. Les habla alguna amiga. Se cruza otro tipo. Cualquier cosa. Algo malo, claro.. Y se va todo a la mierda.

En esas estaba. Algo jodido. Bastante.

Salí con un par de colegas una noche. Quería emborracharme. Como siempre. Lo conseguí a medias. Embriagado por el alcohol estaba, como siempre en una de esas discotecas. Una chica me miraba demasiado. Odio eso. Cuando una mujer te mira demasiado. Cuando tú miras fijamente a una chica le estás diciendo muchas cosas. Que te gustan sus tetas. Eso es malo. Que te recuerda a alguien. También es malo. Que la conoces de algo, pero no te acuerdas. Adivina, eso también es malo. O que de entre todas las chicas de alrededor, ella ha llamado, por algo, tu atención. Eso, por lo general, suele ser malo, pero puede que ese día, ella esté de buen humor y se lo tome como un halago. Eso es bueno. Y si es bueno le sonríes, ella te sonríe y te vas a casa contento. Nunca intentes hablar con ella. Eso, es malo. Solo se te permite hablarle a amigas, amigas de amigos o familiares de amigos. Si el amigo da el visto bueno, claro. Si no te hablan ellas antes y eres tú quién dice “hola, me pareces guapa y algo simpática, ¿puedo hablar contigo?” Entonces eso, es malo. Pero cuando ellas te miran, tienes que mirarlas tú. Si no las miras eres demasiado creído. O eres marica. Aunque no te des cuenta. Y cuando te miran fijamente mucho tiempo y tú lo adviertes te están diciendo que te acerques a hablarles. Si no lo haces es que eres marica, ya lo de creído se superó en la fase anterior. Aunque no te apetezca. Aunque no quieras. Tienes que hacerlo.

Me acerqué y le dije lo más elocuente que se me ocurrió. –“Hola”

-“Hola”

-“¿Cómo te llamas?”

No recuerdo el nombre. No tardaron en acercarse mis amigos. Uno descubrió que era italiana. Yo le hablé unas palabras en italiano. Ella dedujo que yo sabía italiano y comenzó a hablarme en esa lengua. Y así siguió toda la noche. Yo sabía balbucear algunas palabras en ese idioma, poco más., y ni por asomo podía entenderlo, pero eso a ella le importaba poco. Ella hablaba en italiano y yo no entendía nada. A mí me recordaba a Francesca, la frágil, Francesa. La neumática y lasciva La desquerida, temerosa, y temblorosa Francesca. Y a cada palabra nueva que pronunciaba se me encogía el corazón. Así que no tuve más remedio que largarme. Con ella.

La metí en mi cama. Hice lo que pude antes de dormir. Me desperté al poco con una sed terrible. Fui a por agua. Recordé que aún llevaba las lentillas puestas, marché a quitármelas. Me lavé las manos y me metí los dedos en los ojos. Es algo asqueroso. Ya sin sed y sin lentillas volví a la cama. ¿Adivináis quién estaba tumbado en mi cama abrazando a aquella chica italiana? El mismísimo capitán Barbazán. Joder. Debía estar volviéndome loco. Cerré los ojos e intenté meterme en la cama. Era imposible, no había lugar para mí. El pirata miraba y sonreía con suficiencia. Yo veía a aquella chica desnuda y desamparada, tan indefensa, profundamente dormida, y solo pensaba en abrazarla. Dios, solo quería abrazarla y caer dormido. Y aquel imbécil allí en medio. Tuve una idea, le cogí el sombrero, porque aquel pobre diablo llevaba sombrero incluso en la cama, y lo lancé fuera de la habitación. El estúpido salió disparado tras de él sin mediar palabra. Yo me lancé sobre la puerta, la cerré y la atranqué con el sofá, la silla y el armario. El pirata no hizo mayor esfuerzo por volver, supongo que se resignó. Yo pude volver a la cama. Abracé aquel cuerpo como si fuera lo único que me ataba al mundo y me dormí. Ella despertó a la mañana, no se quiso quedar a desayunar. Quiso, antes, repetir lo de anoche. ¿Hicimos algo anoche? Me preguntaba yo. Pero joder, no rompas la magia, nena, ayer bebiste y aún no te has lavado los dientes, ya sabes lo que quiero decir. Así que nada. Se largó.

Yo me metí en la cama de nuevo e intenté dormir. En eso estaba. Me di una vuelta y encontré un cuerpo. Tanteé a oscuras. Pantalones de lino, chaleco de cuero, parche en el ojo… extraña ropa de cama. No podía ser, el puto pirata de nuevo. Se había metido de nuevo en la cama. Se acabó, me dije, esto es demasiado. Estaba demasiado cansado y caí dormido. Pero en sueños ideé un plan. Me desperté horas después y sin pararme a pensar en nada me fui directo a por un folio. Dibujé unos garabatos y volví a la cama. El pirata aún seguí allí.

-“¡Despierta!”

-“¡Arriad la mayor, nos atacan!”

-“Déjese usted de historias, Mazapán”

-“Ah, eres tú ¿qué quieres?¿cómo osas despertarme?”

-“Señor Caldofrán, he recordado que mi abuelo me dejó en herencia un antiguo mapa del tesoro, mire”

Le enseñé el folio.

-“Vaya novedad, vas a servir para algo más que para traer bucaneras a casa, déjamelo”

Extrañamente, le hizo caso a aquel trozo de papel mal dibujado. “Joven, esto es inconcebible, una maravilla”, etc. Se volvió literalmente loco. Tuve que hacerle un café y se comió mis donuts. ¿Cómo sabe un pirata que son unos donuts? Pero se largó inmediatamente a por el tesoro. No sabía si volvería, me dijo. Eran muchos los peligros que le aguardaban y esas gilipolleces. Pero se fue. Vaya si se fue. Justo después del último trago al café. Yo insistí en darle algo para el camino, pero me dijo que su viaje era tan largo que no le hacía falta equipaje. Cosas de piratas, supongo.

Y desde aquel día no tengo fantasmas en casa. Ni una molestia. Nada desaparece ni cambia de lugar, las puertas sólo las abro yo, etc. Hasta esta mañana, he ido a por las llaves del coche y no estaban en su lugar. Busqué en todos los pantalones y nada, tampoco. Bajé a la calle alarmado, me creía tan gilipollas de haber dejado el coche abierto y las llaves puestas. Pues no. Volví a casa y ¿os imagináis quién había delante de un cofre enorme?

El capitán Barbazán.

-“¡Chico, chico, encontré el tesoro! Gracias por el mapa”

¿Se puede tener peor suerte?

Algo, cualquier cosa

Hoy he encontrado una carta de Carola. Por casualidad, estaba en mitad de un montón de facturas, recibos, fotocopias de pasaportes, ese tipo de papeles que tienen tantísima importancia, que nos hacen volver locos de desesperación y revolver habitaciones enteras para buscarlos si se nos pierden. Una noche, dormí encima de un montón de ropa porque vacié el armario encima de la cama buscando en todos los bolsillos el carné de identidad y cuando acabé estaba demasiado cansado como para volver a colocar todo.

Encontré la carta, decía. ¡Ni siquiera me acordaba de que esa carta existía! Eso sí, la vi e inmediatamente me acordé de ella. De cuando y cómo la recibí, de lo mucho que me reí por la manera en que me llamaba en ella, del olor de la tinta sobre el papel, de todo. No hubiera hecho falta volver a leerla, pero lo hice. Carola escribió sobre amores más grandes que montañas, que cordilleras enteras, abandonos mutuos, arco iris que viajaban de una mirada a otra, jóvenes cuerpos desnudos que se lamían el uno al otro, vidas que carecían de sentido si no se vivían junto a otra persona, trenes y autobuses que viajaban demasiado despacio, horas interminables, sueños, proyectos, ambiciones, miedos. Me pareció una carta estúpida. Esas cosas no pasan. Lo único que pasa es levantarte un día tras otro deseando que suceda algo, cualquier cosa, y acostarte lamentándote porque no haya sucedido nada. Ves todos los días a las mismas personas, ves a alguien fumando un cigarro esperando a que su perro acabe de mear, a otro corriendo detrás del autobús, un cuarentón mirando a dos niñas en falda que van al colegio de la mano de mujer con un peinado pasado de moda, un viejo sentado en un banco deseando que la muerte llegue pronto. Y no importa que el parque, el autobús, la facultad o la oficina cambien, siempre te encuentras a las mismas personas. Y piensas, seguro que ellos se han levantado esta mañana deseando que les pase algo, cualquier cosa. Como tú. O que todo reviente y nos vayamos todos a tomar por el culo.

domingo, 11 de noviembre de 2007

No me fío de las camareras

No me fío de las camareras. Se podrían follar a cualquiera de los tipos que las miran desde el otro lado de la barra y lo saben. Saben que desean arrancarles la ropa con los dientes y montárselo con ellas allí mismo. Si no les prestas atención les molesta. Se agachan un poco más intentando atraer tu atención hacia su escote mientras tú miras distraído la retahíla de botellas que hay justo detrás de ellas. Mueven el culo descaradamente, ponen la cara de guarra que tantas veces han ensayado. Y cuando, inevitablemente, te encuentras mirándoles las tetas, notas durante una milésima de segundo una sonrisa de satisfacción en su cara. Para, a continuación, mirarte como a un violador en potencia, como el guarro que eres, como la escoria humana que solo está ahí para subirles el jodido ego. Si todos esos desgraciados supieran lo que es follarse a una seguro que dejaban de mirarlas de tal forma. Te sientes como si a cada segundo tuvieras que estar dándole las gracias porque te hayan permitido bajarles las bragas. Es como follarse a un cadáver, con la diferencia de que un cadáver seguro que es más apasionado. La última vez que estuve con una aguanté algún tiempo con ella. Me invitaba a algunos tragos y yo me sentía orgulloso de ser el que se follaba al objeto del deseo de tanto imbécil. Porque cualquiera que esté en una de esas discotecas es un imbécil. Sin excepción. Cruzas la puerta y ¡zas! Te conviertes en un gilipollas. Ahora, al menos, han perdido la costumbre de marcarte con uno de esos sellos. Certificados de imbecibilidad. Antes éramos imbéciles con certificación, ahora solo lo somos, pero tratan de no hacerlo tan evidente. Aguanté con ella por todo eso. Y porque me gustaba. Era guapa y divertida. Además, era la segunda o tercera con la que estaba después de que Marta me largara y sentía que me estaba ayudando a remontar el vuelo. Encontró a otro imbécil y dejó de contestar a mis llamadas. Ni siquiera me dijo adiós. Desde entonces mirar a una camarera hace que me sienta triste. Por eso no le estaba mirando las tetas a la camarera que me estaba sirviendo la copa. Cuando me dio el cambio, rozó intencionadamente mi mano, para llamar mi atención. La miré a la cara, sonreía. Le devolví la sonrisa, ella no tenía porqué cargar con la culpa. Su sonrisa se congeló y pasó a mirarme con desprecio. Mierda, lo había conseguido.

jueves, 8 de noviembre de 2007

me confundió con otra persona

Marta me confundió con otra persona. De modo que cuando me conoció me volví para ella un ser merecedor de su desprecio y el causante de todos sus males. Me echó de su casa. Joder, no era culpa mía si ella no se había enamorado de mí. Si ella a quién quería era al extraño que se pone mis zapatos. Extraño que, por otra parte, no es mucho mejor que yo. Ni mucho ni poco, no es mejor que yo, qué cojones. Qué extraña habilidad tienen las mujeres para ver solo lo que quieren ver. Qué maravillosa facultad tienen para encontrar el más pequeño defecto en un hombre lleno de virtudes y para encontrar las dos o tres únicas cosas buenas que pueda tener un perfecto cabrón. Nada de lo que puedas decir o hacer, absolutamente nada, va a cambiar la imagen mental que en un determinado momento pueda tener una mujer de ti. Imagen que, por otro lado, es susceptible de cambiar en cualquier momento por la más peregrina de las casualidades. Sin que tenga que ver nada contigo. En esas estaba, yo no sabía si verme como el cabrón o el infeliz, más bien como un pobre diablo que es lo que voy a ser siempre. No había sido ni la pareja perfecta primero ni un buen compañero de ¿hogar? después, pero me dolía perderla. La eché más en falta aquella noche que a los dos paquetes de tabaco que no me había dejado coger de la mesilla de noche. Y eso que fue una noche larga.

Un amigo me dejaba una habitación en su casa para que fuera a dormir, claro que, estaba demasiado entretenido con la coca y el alcohol y apenas la usaba. Me olvidé de ir a trabajar una semana entera. El sábado me desperté con una resaca terrible, recordé que tenía un trabajo, miré el calendario y me sentí tan culpable por haberlo perdido que me enfrasqué en un colocón de tres días seguidos. A Jorge, mi amigo, no le disgustaba tenerme en casa, podía estar sin aparecer cuatro o cinco días, solo iba de la cama al baño y de nuevo a la calle, no le pedía dinero ni le cogía comida. Ni le molestaba intentando mantener conversaciones o trivialidades como esas. Además, el hecho de tenerme allí significaba para él el seguir siendo el macho dominante de la manada. Era por una parte una pequeña victoria sobre su novia, que nunca me vio con buenos ojos, y por otra se sentía bien sintiéndose superior a mí, prestándome su ayuda. Yo le recordaba lo mucho que él había triunfado en la vida, tenía una casa en propiedad, un trabajo, televisión de plasma, era capaz de permanecer sobrio varios meses y además podía conservar a una mujer. Supongo que yo le hacía olvidarse que apenas hacía unas semanas, cada día al acostarse solo tenía ganas de no despertar nunca más. Hipócrita.

En cuanto conseguí un trabajo me largué de allí. No era gran cosa, pero podía pagarme un techo. Estaba estabilizándome un poco al fin. Empecé a recuperar la noción del tiempo. Los días se me hacían cada vez más largos. Tuve también, algunas mujeres. El problema con las mujeres es que todas me recuerdan a la misma. No a UNA misma mujer, a alguien a quién pueda poner nombre o cara, es una sensación más profunda e inmaterial. Como si tuviera en mi cabeza una imagen borrosa de alguna atávica mujer a la que estuve atado hace cientos de años. De modo que cada vez que conozco a alguna mi cabeza en una suerte de inconsciente irresponsabilidad trata de hacerla encajar en ese molde y de algún modo siento que estoy menos solo, menos desarraigado, soy menos malo. Al final solo consigo algún polvo mal echado y una nueva sensación de terrible abandono. Pero no puedo evitarlo. Si le contara esto a Jorge, a cualquiera, se me reirían en la cara. Ellos me conocen, me han visto con demasiadas mujeres, creen que para mí significan lo que para ellos, que solo son un coño caliente y una boca que no para de hablar acerca de cosas que no tienen ninguna importancia.

Acudí de nuevo a la casa de Jorge, esta vez por otro motivo, esa noche daba una fiesta. Había un montón de gente que no conocía. Cogí un trago y busqué un rincón tranquilo. Había allí, una chica morena, alta, demasiado delgada, con unas tetas grandes que me dediqué a imaginar para dejar pasar el tiempo. ¿Las tendría caídas? Dios, esperaba que no, parecía demasiado joven. Supongo que se notó demasiado. –“Es guapa, ¿eh?” – Era Fran, amigo en común con Jorge. Un tipo inaguantable. –“Nos vamos a casar” – Me espetó con su más conseguida cara de gilipollas. –“Vaya, enhorabuena, al fin te echan el lazo”- Acerté a decir. –“Pues sí, la conocí hace…”- Ahí dejé de escuchar, no me importaba nada de lo que Fran tenía que contarme. Pasaron un par de horas más. Las “chicas”, todas eran amigas entre sí, decidieron seguir la fiesta por su cuenta, los novios y maridos estaban demasiado cansados y, “en su infinita generosidad”, las dejaron salir solas al local de moda, a unos pocos metros de allí. Todas menos la joven novia de Fran. Discutieron. Fran era demasiado celoso. Ella demasiado guapa. Salieron a otra habitación. Volvió solo él. Fanfarroneaba:”Al final la he dejado ir, pero tenía que ponerle algunas cosas en claro antes”. Has perdido esta vez, chaval. Pensé. Yo, pronto, sin nada bonito que mirar y sin nadie con quién hablar de algo que no fueran coches, hipotecas o cuadros de cuentas decidí que había llegado la hora de largarse. Nadie hizo por convencerme de que me quedara un poco más. No me importó.

En el portal estaba la novia de Fran, llorando. Valiente cabrón. Decidí acompañarla junto con las demás chicas. “Va, no te preocupes, deja de llorar”. Por la calle se nos cruzó un grupo de borrachos. Gritaron un par de cosas, vi que se asustó un poco, yo me acerqué más a ella para que se sintiera un poco protegida. Miré a uno de aquellos tipos. –“¿Qué miras, desgraciado?” – Me dijo uno. –“A un gilipollas”- Contesté. –“No te pongas chulo que la liamos, chaval, ¿es tu novia?”- Me gritó otro. –“Pues claro”-“Pues tu novia es una puta”- Me dijo mientras se acercaba. –“¿Verdad que sí, verdad que te gusta chupar pollas?”- Le decía a ella, ahora como si yo no existiera. –“Tronco, deja a la chica y lárgate”- No acabé de decir la frase y ya estaba en el suelo. Me golpeó con el antebrazo y una vez que caí me dieron patadas entre todos. Una paliza de las de la tele, vamos. Es extraño, en caliente no duele tanto. Notas un montón de puntos que te arden, como los focos de un incendio. Dolor fue lo que sentí los días siguientes. Fue todo muy rápido, caí, me levanté y cuando estaba en pie ya estaban corriendo calle abajo. Y en ese ínfimo intervalo de tiempo me dieron como veinte patadas. Pensé que golpeaban realmente rápido y duro para lo borrachos que iban. Qué tontería. Volví en mí. Ella estaba blanca, con los enormes ojos abiertos de par en par, la boca abierta pero sin emitir ningún sonido. ¿Porqué no gritaba? Se suponía que tenía que gritar. Me sentí extrañamente decepcionado. Lo que estaba era demasiado asustada como para gritar. -“Pobrecito, pobrecito”- Dijo de pronto. –“Pobrecito, pobrecito, estás lleno de sangre, subamos a que te limpien eso y te lleven al médico”. Yo no quería por nada del mundo volver a ver a esa gente. Ya sabía como me iban a mirar, con lástima, de nuevo el fracasado ha vuelto a fracasar en algo. –“No”- Dije –“Me voy a mi casa” No dejó que me fuera solo, vino conmigo.

En casa tomé una ducha mientras ella se servía una copa. Insistió en acompañarme a la cama. Se sentó un sofá mientras me miraba. ¿Se pensaba quedar ahí toda la noche? “Ven a la cama” – Le dije. Vino. Estábamos besándonos cuando sonó el teléfono. Era Fran preguntando por ella, había vuelto a casa solo y ella todavía no había llegado, nadie tenía idea de donde había ido quería saber si yo la había visto. Por supuesto le dije que no.-“Oye nena, quítate los pantalones”. -No quería –“No, no podemos, es decir, no puedo… tengo sangre”. – Dijo – “Joder, yo también tengo sangre, por todos lados, ¿no me ves?” – No la convencí. Seguimos algún tiempo más en la cama. Sonó el teléfono de nuevo. Era Fran otra vez. Estaba realmente preocupado, me explicó entre lágrimas que esa noche le había dicho a ella que si se iba de la fiesta no volviera a casa, que no lo pensaba, pero que en el fragor de la discusión se le había escapado esa frase, no quería llamar a Jorge porque le daba vergüenza pero quería hablar con alguien .Lo tranquilicé, le dije que no se preocupara, que seguro que volvería, que estuviera tranquilo. Ella me oyó hablar con él. Lo oyó a él a través del teléfono. Cuando colgué, sin mediar palabra me bajó los pantalones y empezó a chupármela. No sabía como sentirme. Acabé, se levantó de la cama, me dijo adiós y se fue. La oí encender su teléfono y llamar a Fran. La oí pedirle, con mi semen aún en su boca, que pasara a recogerla. La oí cerrar la puerta. Sonó mi teléfono. Era Fran, quería decirme que ella había vuelto, que no me preocupara más.