jueves, 8 de noviembre de 2007

me confundió con otra persona

Marta me confundió con otra persona. De modo que cuando me conoció me volví para ella un ser merecedor de su desprecio y el causante de todos sus males. Me echó de su casa. Joder, no era culpa mía si ella no se había enamorado de mí. Si ella a quién quería era al extraño que se pone mis zapatos. Extraño que, por otra parte, no es mucho mejor que yo. Ni mucho ni poco, no es mejor que yo, qué cojones. Qué extraña habilidad tienen las mujeres para ver solo lo que quieren ver. Qué maravillosa facultad tienen para encontrar el más pequeño defecto en un hombre lleno de virtudes y para encontrar las dos o tres únicas cosas buenas que pueda tener un perfecto cabrón. Nada de lo que puedas decir o hacer, absolutamente nada, va a cambiar la imagen mental que en un determinado momento pueda tener una mujer de ti. Imagen que, por otro lado, es susceptible de cambiar en cualquier momento por la más peregrina de las casualidades. Sin que tenga que ver nada contigo. En esas estaba, yo no sabía si verme como el cabrón o el infeliz, más bien como un pobre diablo que es lo que voy a ser siempre. No había sido ni la pareja perfecta primero ni un buen compañero de ¿hogar? después, pero me dolía perderla. La eché más en falta aquella noche que a los dos paquetes de tabaco que no me había dejado coger de la mesilla de noche. Y eso que fue una noche larga.

Un amigo me dejaba una habitación en su casa para que fuera a dormir, claro que, estaba demasiado entretenido con la coca y el alcohol y apenas la usaba. Me olvidé de ir a trabajar una semana entera. El sábado me desperté con una resaca terrible, recordé que tenía un trabajo, miré el calendario y me sentí tan culpable por haberlo perdido que me enfrasqué en un colocón de tres días seguidos. A Jorge, mi amigo, no le disgustaba tenerme en casa, podía estar sin aparecer cuatro o cinco días, solo iba de la cama al baño y de nuevo a la calle, no le pedía dinero ni le cogía comida. Ni le molestaba intentando mantener conversaciones o trivialidades como esas. Además, el hecho de tenerme allí significaba para él el seguir siendo el macho dominante de la manada. Era por una parte una pequeña victoria sobre su novia, que nunca me vio con buenos ojos, y por otra se sentía bien sintiéndose superior a mí, prestándome su ayuda. Yo le recordaba lo mucho que él había triunfado en la vida, tenía una casa en propiedad, un trabajo, televisión de plasma, era capaz de permanecer sobrio varios meses y además podía conservar a una mujer. Supongo que yo le hacía olvidarse que apenas hacía unas semanas, cada día al acostarse solo tenía ganas de no despertar nunca más. Hipócrita.

En cuanto conseguí un trabajo me largué de allí. No era gran cosa, pero podía pagarme un techo. Estaba estabilizándome un poco al fin. Empecé a recuperar la noción del tiempo. Los días se me hacían cada vez más largos. Tuve también, algunas mujeres. El problema con las mujeres es que todas me recuerdan a la misma. No a UNA misma mujer, a alguien a quién pueda poner nombre o cara, es una sensación más profunda e inmaterial. Como si tuviera en mi cabeza una imagen borrosa de alguna atávica mujer a la que estuve atado hace cientos de años. De modo que cada vez que conozco a alguna mi cabeza en una suerte de inconsciente irresponsabilidad trata de hacerla encajar en ese molde y de algún modo siento que estoy menos solo, menos desarraigado, soy menos malo. Al final solo consigo algún polvo mal echado y una nueva sensación de terrible abandono. Pero no puedo evitarlo. Si le contara esto a Jorge, a cualquiera, se me reirían en la cara. Ellos me conocen, me han visto con demasiadas mujeres, creen que para mí significan lo que para ellos, que solo son un coño caliente y una boca que no para de hablar acerca de cosas que no tienen ninguna importancia.

Acudí de nuevo a la casa de Jorge, esta vez por otro motivo, esa noche daba una fiesta. Había un montón de gente que no conocía. Cogí un trago y busqué un rincón tranquilo. Había allí, una chica morena, alta, demasiado delgada, con unas tetas grandes que me dediqué a imaginar para dejar pasar el tiempo. ¿Las tendría caídas? Dios, esperaba que no, parecía demasiado joven. Supongo que se notó demasiado. –“Es guapa, ¿eh?” – Era Fran, amigo en común con Jorge. Un tipo inaguantable. –“Nos vamos a casar” – Me espetó con su más conseguida cara de gilipollas. –“Vaya, enhorabuena, al fin te echan el lazo”- Acerté a decir. –“Pues sí, la conocí hace…”- Ahí dejé de escuchar, no me importaba nada de lo que Fran tenía que contarme. Pasaron un par de horas más. Las “chicas”, todas eran amigas entre sí, decidieron seguir la fiesta por su cuenta, los novios y maridos estaban demasiado cansados y, “en su infinita generosidad”, las dejaron salir solas al local de moda, a unos pocos metros de allí. Todas menos la joven novia de Fran. Discutieron. Fran era demasiado celoso. Ella demasiado guapa. Salieron a otra habitación. Volvió solo él. Fanfarroneaba:”Al final la he dejado ir, pero tenía que ponerle algunas cosas en claro antes”. Has perdido esta vez, chaval. Pensé. Yo, pronto, sin nada bonito que mirar y sin nadie con quién hablar de algo que no fueran coches, hipotecas o cuadros de cuentas decidí que había llegado la hora de largarse. Nadie hizo por convencerme de que me quedara un poco más. No me importó.

En el portal estaba la novia de Fran, llorando. Valiente cabrón. Decidí acompañarla junto con las demás chicas. “Va, no te preocupes, deja de llorar”. Por la calle se nos cruzó un grupo de borrachos. Gritaron un par de cosas, vi que se asustó un poco, yo me acerqué más a ella para que se sintiera un poco protegida. Miré a uno de aquellos tipos. –“¿Qué miras, desgraciado?” – Me dijo uno. –“A un gilipollas”- Contesté. –“No te pongas chulo que la liamos, chaval, ¿es tu novia?”- Me gritó otro. –“Pues claro”-“Pues tu novia es una puta”- Me dijo mientras se acercaba. –“¿Verdad que sí, verdad que te gusta chupar pollas?”- Le decía a ella, ahora como si yo no existiera. –“Tronco, deja a la chica y lárgate”- No acabé de decir la frase y ya estaba en el suelo. Me golpeó con el antebrazo y una vez que caí me dieron patadas entre todos. Una paliza de las de la tele, vamos. Es extraño, en caliente no duele tanto. Notas un montón de puntos que te arden, como los focos de un incendio. Dolor fue lo que sentí los días siguientes. Fue todo muy rápido, caí, me levanté y cuando estaba en pie ya estaban corriendo calle abajo. Y en ese ínfimo intervalo de tiempo me dieron como veinte patadas. Pensé que golpeaban realmente rápido y duro para lo borrachos que iban. Qué tontería. Volví en mí. Ella estaba blanca, con los enormes ojos abiertos de par en par, la boca abierta pero sin emitir ningún sonido. ¿Porqué no gritaba? Se suponía que tenía que gritar. Me sentí extrañamente decepcionado. Lo que estaba era demasiado asustada como para gritar. -“Pobrecito, pobrecito”- Dijo de pronto. –“Pobrecito, pobrecito, estás lleno de sangre, subamos a que te limpien eso y te lleven al médico”. Yo no quería por nada del mundo volver a ver a esa gente. Ya sabía como me iban a mirar, con lástima, de nuevo el fracasado ha vuelto a fracasar en algo. –“No”- Dije –“Me voy a mi casa” No dejó que me fuera solo, vino conmigo.

En casa tomé una ducha mientras ella se servía una copa. Insistió en acompañarme a la cama. Se sentó un sofá mientras me miraba. ¿Se pensaba quedar ahí toda la noche? “Ven a la cama” – Le dije. Vino. Estábamos besándonos cuando sonó el teléfono. Era Fran preguntando por ella, había vuelto a casa solo y ella todavía no había llegado, nadie tenía idea de donde había ido quería saber si yo la había visto. Por supuesto le dije que no.-“Oye nena, quítate los pantalones”. -No quería –“No, no podemos, es decir, no puedo… tengo sangre”. – Dijo – “Joder, yo también tengo sangre, por todos lados, ¿no me ves?” – No la convencí. Seguimos algún tiempo más en la cama. Sonó el teléfono de nuevo. Era Fran otra vez. Estaba realmente preocupado, me explicó entre lágrimas que esa noche le había dicho a ella que si se iba de la fiesta no volviera a casa, que no lo pensaba, pero que en el fragor de la discusión se le había escapado esa frase, no quería llamar a Jorge porque le daba vergüenza pero quería hablar con alguien .Lo tranquilicé, le dije que no se preocupara, que seguro que volvería, que estuviera tranquilo. Ella me oyó hablar con él. Lo oyó a él a través del teléfono. Cuando colgué, sin mediar palabra me bajó los pantalones y empezó a chupármela. No sabía como sentirme. Acabé, se levantó de la cama, me dijo adiós y se fue. La oí encender su teléfono y llamar a Fran. La oí pedirle, con mi semen aún en su boca, que pasara a recogerla. La oí cerrar la puerta. Sonó mi teléfono. Era Fran, quería decirme que ella había vuelto, que no me preocupara más.

5 comentarios:

kiski dijo...

boniiiiico

kiski dijo...

BONIIIIIIICO

kiski dijo...

diggggggggggnooooooooooo

kiski dijo...

es verdááááááááááááááááááááá

mack dijo...

joder, nena, qué cabeza tienes.

Es verdá.