sábado, 19 de abril de 2008

Se me hizo muy larga la vuelta a casa. Pasé por donde ella solía vivir. Hace apenas unos meses era también donde vivía yo. O donde dormía cuando se me hacía muy tarde y no había manera de volver a casa; cuando me emborrachaba y no había forma de encontrar el camino a casa. No hacía falta, me quedaba con ella y me iba al día siguiente. Recuerdo como me pedía que me quedara con ella. Sabía que yo no quería dormir en otra que no fuera mi cama, pero me insistía una y otra vez. Sabía, y yo también lo sabía, que acabaría cediendo. Por agotamiento, embriaguez, lo que fuera. O porque quería quedarme allí. Aunque me hiciera de rogar. Pasé por allí y me acordé de todo. Apagué el teléfono. De otra manera la hubiera acabado llamando. Iba a casa, pero también aquella era mi casa. Agaché la cabeza y mirando al suelo me dirigí a una parada de autobús. Me monté en el primero que pasó. El trayecto me resultaba familiar pues ya lo había hecho decenas de veces. Reparé en una iglesia. A su lado había una residencia de estudiantes. Cuantas veces había esperado en esa iglesia por ella. Hubo un tiempo en el que solo tenía que ir hacia allí, marcar un número de teléfono, esperar la llamada y colgar. Y en cinco o seis minutos tenía ante mí un pedazo de cielo. Ahora ni siquiera recordaba ese número. Agaché, de nuevo, la cabeza. Y lloré. Con toda mi alma. Cada célula de mi cuerpo se sentía desconsolada. Me sentí vacío, miserable. No era por ellas ni por los momentos que pasé con ellas, por la iglesia, el callejón al que daba el balcón al que salía a fumar, por el calor que había entres sus sábanas. No había más felicidad fuera de mí que la que había en mí ni tristeza mayor que darme cuenta de ello. A todas las desprecié, de todo eso me acabé hartando, como el que siente náuseas después de una gran comilona y no por ello puede dejar de comer una semana entera. No era el vacío de ellas lo que me angustiaba, después de todo, ese vacío estaba ahí antes de conocerlas. Y seguirá mucho después de olvidarme de las siguientes. Lloraba no por ellas, por mí. Y el cielo lloraba conmigo, llovía como hacía años que no lo hacía. Miraba alrededor y veía a alguien hablando por teléfono con alguna persona que le hacía mucha gracia. O lo fingía. A una pareja besándose como si fueran a prohibir los besos mañana, a otros riendo a carcajadas. Y yo sentía que pertenecía al cielo, que era el que lloraba conmigo y no a esa gente extraña que era tan feliz con tan poca cosa. ¿Qué son los besos, los amigos? ¿Qué es todo eso en comparación con el inmenso cielo? Podría ahora elevarme por encima de todos, mirarlos desde arriba, reírme de sus miserias, gritarles con la voz de cien truenos. Pero el cielo y yo estábamos tan deprimidos que solo podíamos llorar.

miércoles, 16 de abril de 2008

Hay tanta mierda en todas partes; tanta basura que tienes que ir apartando al caminar; tanta gente esperando un despiste tuyo para robarte la cartera, esperando que caigas para pisarte; tantos pájaros cagando directamente hacia nuestras cabezas; cientos de puñales apuntándonos directamente al corazón; tanto tedio; tanta idiotez; tantas palabras; tanto ruído de coches, de máquinas, de cantantes de moda; hay tanta fealdad en cualquier esquina; hay tanto perro muriéndose de hambre; millones de sabores desagradables. En todas partes excepto en el punto exacto en el que su infinito cuello empieza a tornarse rostro. Ese lugar mágico en el que muere la mandíbula, recipiente perfecto para mis besos. Podía pasar horas mirándolo. Besándolo, acariciándolo y oliéndolo. Es un lugar mágico porque puedes besar y puedes susurrar y tus ahogadas palabras llegan claras a su oído. Su cuello. Su suave y palpitante cuello. No suele llevar pendientes porque sabe que me es molesto su roce contra mi cara. Tampoco collares o gargantillas. Ahí me pierdo y ahí me quedo días enteros, meses, siglos. En el mundo nacen y mueren montañas y océanos, mil volcanes entran en erupción y luego mueren pero yo no los veo, ese no es mi mundo. Mi mundo está debajo de un mechón de pelo que aparto para entrar en él. A veces me armo de valor y exploro más allá. Hay valles y cordilleras, soles, húmedos abismos. Pero sin falta acabo por volver al lugar en el que más seguro me siento, en el que nada importa, ni siquiera yo. A veces sucede que algo me saca de mi ensoñación. Un ruído desmesurado, alguien me pregunta algo o tal vez advierto que alguien me mira extrañado. Entonces me doy la vuelta, vuelvo a casa y rezo porque mañana ella siga detrás de su mesa tan ajena a todo, tan ajena a mí.

Lancelot

No debería haberme dejado convencer para salir de casa ese día. Sabía cómo acababan las cosas siempre que quedaba con Juan y ese día no tenía por qué ser distinto. Además aún me debía dinero y estaba seguro de que no me lo devolvería. Aunque a mí me hiciera más falta que a él. De hecho era la segunda semana del mes y saliendo ese día me quedaba sin nada para aguantar hasta que cobrara de nuevo. Pensé que ya se me ocurriría algo para ir tirando y que en ese momento necesitaba más embriagarme hasta perder la conciencia que reservar dinero para comer el resto del mes. En fin, salimos y bebimos.

Nos encontramos a Miguel y a su novia. Son cada uno como un apéndice del otro. Pero no hay algo más. Es decir, cada uno es apéndice pero no pertenecen a un cuerpo, a algo más elevado. Son apéndice de otro apéndice. Y realmente aburridos. Más tarde vimos a Israel y Javi, estaban discutiendo. Como siempre. De un tema banal e insustancial. De algo en lo que da igual llevar o no la razón. También nos cansamos. Vimos a más conocidos esa noche: a Beatriz, siempre intentando llevarse a Juan a la cama; a Víctor, aparentando ser un rompecorazones; a Eva, tan vulgar como siempre. Todas las personas que conozco son tan aburridas.

El camino de vuelta a casa era largo y estábamos cansados, anduvimos un rato aún embriagados recordando lo que esa noche habíamos hecho. Yo conseguí un par de besos de una chica, pero era de las que no quieren, solo quieren tener. Como todas. Así que una vez que me tuvo se fue a casa dejándome a solas con mi copa. Nos paramos a vaciarnos de alcohol y porquería detrás de unos coches aparcados. Uno de esos coches pertenecía a dos chicas que volvían también a casa. No fue difícil hacer que nos llevaran. Querían comprar más alcohol y beberlo juntos los cuatro, en la casa de alguna de ellas. No nos pusimos de acuerdo en quién follaría a quién, una era fea y la otra tampoco era una belleza. Les mostramos el camino a una tienda abierta, les pedimos dinero para comprar la bebida, bajamos del coche, giramos en la esquina y entramos en mi casa. Nada más supimos de ellas. No sé cuánto tiempo estarían esperando a que volviéramos.

miércoles, 9 de abril de 2008

Demasiado tarde.

Hay algo en las mujeres que no me gusta nada. –Decía Alberto- Cuando las mujeres dicen que no, no siempre quieren decir que no. Eso es algo que aprendemos los hombres muy pronto pero demasiado tarde a la vez, cuando ya nos hemos dado bastantes golpes. Dicen que no cuando quieren decir sí por muchas cosas, por pudor, por la educación que han recibido, por mil cosas, tal vez solo por joder. Y sobre todo esto es así porque cuando dicen que no saben que les van a volver a preguntar de nuevo hasta que digan que sí.

Un momento –Interrumpí. -Si a un no le siguiera un “vale, pues no” y ahí acabara todo hace tiempo que dirían sí cuando quieren decir sí y no cuando quieren decir no. Hay una cosa cierta, cuando te dicen “vete a tomar por el culo” es un no rotundo. Eso no admite dudas. Esa obstinada esquizofrenia a los hombres nos trae de cabeza desde siempre. No sabes si un no es un no o si te han dicho que no porque quieren que las aplastes bajo una tonelada de ingenio y personalidad para acabar diciéndote que sí. Una tonelada de personalidad. Bendita ingenuidad. Lo que quieren es que te postres a sus pies, no es personalidad lo que buscan, buscan a alguien que les eleve el ego. Personalidad es mandarla a la mierda cuando juega contigo, dejarla rota y pensando cuál es el jodido motivo por el que te alejas en lugar de agasajarla y rogarle un sí, eso es personalidad. Y cuando te hayas ido y tengan a diez millones de imbéciles diciéndoles lo especiales que son para conseguir bajarles las bragas estarán pensando en ti, en porqué para ti no son tan bellas ni especiales.

Aunque con la polla de otro en la boca. –Apostilló Alberto.

Eso también es verdad. Es que esa es otra. Nosotros, cuando finalizamos una relación pasamos por un momento de duelo. Nos sentimos humillados, estúpidos, feos… Estamos hechos una piltrafa. Pero ellas no pasan por ese momento. Solo tienen que esperar al fin de semana, ponerse una camiseta ajustada y de nuevo están en el mercado. Ya tienen a cientos de gilipollas de todos los colores opositando por entrar en su cama. Tú estás en casa oyendo discos antiguos fumando demasiado y mirando por la ventana y ella ya está rechazando proposiciones de mil tipos diferentes.

¿Y qué me dices de las que van de obra maestra? –Cuando Alberto empezaba con una frase tan críptica como esa sabías que te iba a soltar uno de sus discursos. –Las que creen que acaban de salir del estudio del escultor. Ha dado el último golpe con el cincel, la ha pulido a conciencia, se ha alejado unos metros de ella y le ha dicho “ahora habla”. Las que van de realizadas. Realizadas profesionalmente con un gran trabajo; físicamente pues han llegado a su plenitud; espiritualmente puesto que se sienten en armonía con el universo; culturalmente ya que han acabado sus estudios. Totalmente acabadas. Menudas imbéciles. Yo a mis treinta años no estoy ni mucho menos realizado. Tendría muy poco que ofrecer, sería muy simple si fuera así. Yo no me considero un inmaduro pero, coño tío, no estoy realizado. Me queda mucho por ver y por aprender. Menudo estúpido sería si lo pensara o si así fuera. Y ojalá no esté realizado cuando cumpla ochenta. Yo soy más complejo que todo eso, tengo mucho dentro que ordenar y hay muchas cosas fuera de las que quiero aprender. Pero no, estas chicas están realizadas. Sienten en lo más profundo que ya lo saben todo, que ya lo tienen todo y ahora solo buscan alguien que las adule, que las quiera y que comparta su visión de la vida. Y si luego dan con un gilipollas encima se quejan. Es lo que estabas buscando, ahora no te quejes.

Realmente sabemos de lo que hablamos –Tomé la palabra – Podríamos tener a cualquier mujer, las conocemos a la perfección. Ponme otra copa, hoy me siento solo.

El ladrón de bicicletas.

Nunca me gustó robar. Robar, hurtar, lo que sea. Si no puedo pagar algo, simplemente me resigno a no tenerlo. No es por miedo al castigo o por respeto a la autoridad. Puede ser que a través de mi abuelo me haya llegado algo de conciencia de clase. Los que de siempre han tenido todo no sienten que algo no les pertenece, y si eso es así, no dudan en cogerlo. Detrás de cada gran fortuna hay un gran crimen y todo ese rollo. Los que nunca han tenido nada y han llegado a poseer algo a base de esfuerzo y tesón valoran lo que tienen y valoran por igual lo que no tienen, el coger algo porque sí no es una opción, saben que nada es así, porque sí. Ese es el tipo de mentalidad que tiene mi abuelo, no sé si algo de eso habrá quedado oculto en algún rincón de mi estúpida cabeza, lo que tengo claro es que no pienso así del todo. También está el hecho de que no valoro las cosas materiales como cualquier otro podría hacerlo. No encuentro nada de valor en nada que se pueda pagar. No soy tan estúpido como para darle al dinero un poder que no tiene o dotarlo de alguna extraña personalidad, como una especie de ente incierto. Sé que detrás de él hay sudor y trabajo físico o esfuerzo intelectual. Pero aún así sigo sin encontrar honor alguno en conseguir algo que se pueda pagar con dinero. Por eso no me atraen las marcas, los coches caros o los perfumes. Encuentro en todo eso algo repugnante, un hedor que se desprende que no me es agradable. Es por eso que no me siento tentado de coger de un escaparate un reloj caro o pegarme una carrera por conseguir un cinturón de piel. Supongo. Además, no me va el riesgo ni el peligro que eso conlleva. De eso me curé pronto, de niño. Un verano alterné con algunos niños peligrosos. Como las tardes eran más largas, junto con mis amigos de al lado de casa, nos daba tiempo a alejarnos más de nuestro barrio y comenzamos a frecuentar otro. Era el barrio en el que estaba el colegio al que íbamos, así que nos resultaba familiar. Apenas eran diez minutos a pie, pero se nos antojaba un mundo nuevo y casi desconocido. Un lugar al que solo íbamos con nuestros padres. Había por allí una pandilla de niños a los que solo conocíamos del colegio. Ya fumaban, salían con chicas, faltaban a clase, ese tipo de cosas. Anduvimos con ellos un par de tardes. Supongo que tirando piedras a los gatos y a las farolas, no creo que ellos se rebajaran a seguirnos en nuestros aún infantiles juegos. Una de esas tardes, llegamos aún más lejos y salimos incluso de su barrio adentrándonos en un bosque de olivos. Había allí una casa baja y solitaria. Uno de los mayores no tardó en encontrar una ventana abierta y en pocos minutos estábamos todos dentro. Yo estaba aterrado. Quería salir corriendo y volver a casa. Pero no podía ser el más cobarde. No quería imaginar el infierno que sería la vuelta al colegio. Me imaginaba repudiado por mis amigos y siendo el blanco de las bromas y abusos del grupo de los “malos”. Miraba a la cara de mis amigos intentando encontrar un aliado, algún indicio de que ellos también se arrepentían, deseaba que alguno de ellos saliera a correr para ir tras de él. Pero no, todos revolvían cajones, saltaban de un lado a otro rompiendo cosas como en estado de éxtasis. Joder, de veras que estaba viviendo una pesadilla. Solo fue cuando empezaba a anochecer que algunos decidieron que era hora de volver a casa. Los más afortunados habían encontrado dinero, otros llevaban algún reloj o cosas por el estilo. Yo, una vez más, debía hacer algo, no podía irme con las manos vacías. Encontré un extintor y jugué un rato con él. A todos les hizo mucha gracia, así que me lo llevé para evitar que me preguntaran cuál había sido mi botín. “Pues el extintor ¿no lo ves?” Aún me sentí culpable meses después, incluso tuve un sueño recurrente: soñaba que la casa estaba en llamas y no podían apagar el fuego porque no tenían extintor. Ese fue el primer y último de mis atentados contra la propiedad privada.

martes, 8 de abril de 2008

Sin título.

Era otoño. O invierno. Solo recuerdo que hacía frío. Estaba enamorado, pero no sabía de quién. También algo angustiado, herido y desesperado. Había hecho una especie de voto de castidad que ya duraba algunas semanas. Resolví apartar de mí el sexo y todo lo que de él se desprendía. La insatisfacción, los celos, la ansiedad... No he sido nunca muy espiritual y pensaba que sería hipócrita abrazar en ese momento a Dios, Buda o alguna divinidad, pero pensé que debía llegar a alguna clase de paz interior, que debía buscar algo que trascendiera al cuerpo. Desde muy pequeño me habían llamado mucho la atención los cementerios. Tan fuera como dentro de este mundo, como los lugares de paso que suponemos que son. Me subyugaban, me atraían y repelían a partes iguales.
Me convencí de que eran el lugar perfecto para pararme a pensar un par de veces al mes, tal vez más. Y decidí que frecuentaría uno. Y fue allí donde la ví, vivía en una foto amarilla debajo de un cristal roto. En un nicho. Sus ojos negros como ala de cuervo, sus labios rojos, su piel blanca, parecían llamarme. Me dije: contente, contente, no es esto lo que vine aquí a buscar. Yo solo quería trascender al deseo, encontrar algo más puro o más cierto, pero ¿acaso alguien duda ya de que la búsqueda del placer sea el fin último en la vida de un sabio? Me entretuve en su contemplación minutos, tal vez horas. Podrían haber sido semanas, meses o años y no me hubiera importado. Yo no estaba ya en esa fase en la que las mujeres huelen a rosas sino en la que las rosas huelen a mujer, no sé si me explico. Intenté contenerme. Juro que lo intenté. Pero tuve que hacerlo.

jueves, 27 de marzo de 2008

O'Neill




Me obsesioné en una ocasión con un vagabundo. Lo vi salir una tarde de un viejo estadio de fútbol abandonado. Había un semisótano cuyas ventanas daban a la calle, a ras de suelo. El hedor que de allí salía era insoportable, no se me hubiera ocurrido que nadie pudiera vivir allí, claro que, por otro lado, de no vivir nadie no se desprendería ese olor a podredumbre. El caso es que salió de allí. Tenía una bolsa enorme y unas piernas veloces. Andaba rápido, muy rápido. Como uno de esos tipos que están a punto de perder un tren o un avión. Sentí curiosidad por saber a dónde se dirigía. Lo seguí unos minutos, luego advertí las miradas de la gente, que iban de él hacia mí, sentí vergüenza porque me confundieran con un amigo suyo y aminoré el paso. Al poco lo perdí. Yo sentía por esa época una extraña fascinación por la gente que vivía en la calle. Imaginaba que en cualquier parque habría un Bukowski o un Henry Miller bebiendo vino barato y mirándoles las tetas a las chicas que corrían o paseaban al perro. Maquinando algún poema o uno de sus cuentos. Por eso, a los pocos días, me encontraba de nuevo frente a aquel viejo campo de fútbol. Estaba vallado y precintado por la policía. Unos días atrás, un enfermo mental había violado allí a una monja de las que repartían mantas y comida a los que viven en la calle.

Estaba cerca de casa de Mario, así que lo llamé.

-Baja, vamos a emborracharnos.

Anduvimos por un par de bares. Estuvimos de acuerdo en que ambos queríamos echar un polvo. Buscamos el bar en donde las chicas estuvieran más borrachas y ahí nos quedamos. Había una rubia con maneras de guarra bailando con alguien. El tipo insistía en sobarle el culo y ella se hacía la ofendida sin mostrar mucha convicción. No quería complicarme mucho la vida, quería algo fácil así que fui a por ella. Me acerqué por detrás y le dije que estaría a unos metros de allí. Rió y siguió bailando con aquel tipo. Fui a la barra a por una copa. Antes de poder acabarla estaba en un callejón con los pantalones por los tobillos. Salió Mario, se aburría solo. Como a mí no se me ponía dura nos fuimos los tres a otro bar. Mario me contó que llevaba seis meses sin follar. No tenía por qué preocuparse, con toda seguridad ella también se lo follaría. O qué coño, podríamos follarla los dos a la vez, esa idea nos pareció muy divertida. La dejamos sola un momento. Para ir al baño o cualquier otra cosa. Al volver la encontramos dormida en un sofá. Inconsciente tal vez. La miraban un par de tipos con mala pinta desde una esquina. Nos pareció muy engorroso tener que montarla a rastras en un taxi, además, no sabíamos donde vivía, no sabríamos dónde decirle al taxista que la dejara. Acabamos nuestras bebidas y nos fuimos a casa.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Flashback

Conocí una vez a un tipo. Estudiábamos juntos. Era de la clase de los que no hablan con nadie. De clase a casa, de casa a clase. Solo se llevaba con una chica. Era de la clase de las que hablan con todo el mundo. Supongo que a ella le gustaba que él la escuchara. Que le dejara apuntes, le guardara un sitio en las primeras filas, ese tipo de cosas. Ella tenía novio, todos lo sabíamos. Él se enamoró de ella, también todos lo sabíamos, incluida ella. Imagino que le gustaba tener uno de esos amigos mascota que tanto divierten a las mujeres. El curso siguiente él pidió a un amigo que viniera a estudiar con él. Ahora eran tres, la chica y ellos dos. Su amigo y la chica se llevaban cada vez mejor. Con el tiempo lo excluyeron, ahora volvía a estar solo. Lo vi alejarse, lo vi llorar, lo vi, por último, solo. La chica dejó a su novio y empezó a salir con el amigo. El chico del principio acabó por desaparecer, nunca más supe de él. Unos días antes de que se marchara le escribí algo, solo unas líneas, que esperaba poder dejar entre sus cosas. Me creía mucho más experimentado y sabio que él. No sé a dónde fueron a parar aquellas palabras, supongo que a la basura. No recuerdo con exactitud qué le decía, pero era algo así:

“Hola, soy tú mismo dentro de algún tiempo: Ahora deberías estar destrozado porque te acabas de enterar de que X e Y se acuestan desde hace algún tiempo. Si es así, sigue leyendo. Sé muy bien como te sientes, porque es así como me sentía yo. Estás confuso porque la que tú creías que era una princesa ha demostrado ser una zorra más del montón. Acojonado porque vivías en una falsa seguridad, la veías tan lejana y a la vez tan cerca de ti, cada día era igual al anterior, la tenías a ella para poder agarrarte a algo y ahora cada paso que das es en falso, en un suelo embarrado en el que temes resbalar. Enfadado y humillado. Desesperanzado porque vivías esperando el día en que ella se diera cuenta de que estaba tan enamorada de ti como tú de ella y ahora te das cuenta de que eso jamás sucederá. Quieres tirar la toalla, te has quedado de un plumazo sin chica y sin amigos. Tan solo. ¿Qué va a ser de ti? Yo te lo diré. Vas a renunciar al poco amor propio que te queda. Vas a arrastrarte por ella, vas a llorar arrodillado ante ella y vas a suplicarle que por favor te elija a ti. Le dirás que sin ella tu vida carece de sentido, que es su calor el que te da vida y sus besos los únicos que quieres. Vas a abrazarla tan fuerte que le harás daño y la vas a sentir más lejos que nunca. Y lo harás porque ella es única e irremplazable, porque es un ser maravilloso. Ella es una entidad más cercana al cielo que a la tierra que merece todo eso, merece ser cortejada hasta la extenuación por alguien a quién no aprecia. Es, como mujer, sensible y apasionada. No te reprimas, llora, llora por ella. Que ella te vea hundido y hecho un guiñapo. No hay momento más sublime para una mujer que ver a un hombre llorando por ella, que ver a un hombre arrodillarse y arrastrarse, que ver a un hombre dejar de ser hombre. Ganará seguridad en sí misma, se reafirmará como mujer y como centro del universo. Sabrá lo que un hombre es capaz de hacer por ella, porque es especial, sensible y bella, tanto que puede hacer perder la compostura a un hombre. No le robes eso, házselo saber. Con tus lágrimas y destruyendo tu autoestima. Con los escombros de tu personalidad construirás los cimientos de su altar. Sigue a su lado, no la abandones ahora. Ahora será más guapa, resplandecerá. Porque está enamorada. Es un momento muy especial para ella y necesita que estés a su lado reafirmando con tu desgracia lo dichosa que ella es en este momento. Por fin ha encontrado a un hombre de verdad: a un pendenciero, un chulo, un encantador canalla. Un macho con todas las letras. Entiende que tu polla es demasiado blanda y pequeña para ella. Lo que ella necesita es alguien capaz de follársela contra la pared y dejarla insatisfecha sin que parezca importarle lo más mínimo. Un verdadero hombre, un jodido macho. Ella busca emociones fuertes y lujuria sin límites, ahora está en una espiral de goce vaginal y sensaciones fuertes que tú nunca podrías ofrecerle porque no eres lo suficientemente hombre. Si de verdad la quieres sigue con ella. Permanece a su lado para cuando necesite hablar con alguien sensible, para cuando se sienta mal y necesite reafirmar su ego y ganar seguridad. Sigue con ella hasta el final, hasta que tu amigo le haga daño en el alma y le rompa el corazón, que lo hará. Pero no se lo digas ahora, no seas aguafiestas y le digas que tu amigo le hará sufrir, tu misión es callar y estar atento para escuchar su llamada cuando ella te necesite. Sigue al pie del cañón reafirmando el ego de una mujer tan maravillosa y especial.”

No me hizo mucho caso. Como ya dije, desapareció.

Yo me había vuelto un cínico. Un descreído. Algunas malas experiencias, ese viejo rollo. Andaba jugando y manipulando a algunas, huyendo de otras, manteniendo las distancias con las chicas. El mismo día que le escribí lo anterior a este tipo, al llegar a casa, encontré entre mis papeles una nota. Todavía la conservo, dice lo siguiente:

"Hola, soy tú mismo dentro de algún tiempo: Ahora deberías estar solo. Tan solo como yo lo estoy ahora, como lo estaremos siempre, pero con una diferencia. Yo no tengo miedo. ¿Sabes? Deberías hacer algunos cambios. Si algo me ha enseñado la experiencia es que el amor y el dolor son dos sentimientos que viajan juntos. Siempre uno detrás del otro. Ya sé que estás pensando, que eso también lo sabes tú, pero espera, hay otra diferencia entre tú y yo. A mí eso ahora me da igual. No creas que no tiemblo de miedo cada vez que conozco a alguien, sé que al final todo acabará entre lágrimas, pero yo bebo de esa copa hasta el fondo, hasta que siento el sabor amargo del poso al borde del precipicio que es mi garganta y sé que ya no hay vuelta atrás. No me quedo mirando aterrado sin atreverme a dar el paso o me doy la vuelta y me voy. El desamor, el abandono, los celos y la melancolía son cuatro de las mariposas que revolotean en el estómago cuando estás enamorado y son las que más tarde se van. Serías un estúpido si renunciaras a todo lo demás solo por el miedo a sufrir en un futuro. Podrías estar mucho tiempo como ahora lo estás. Solo, sin problemas, regodeándote en tu congoja, mirando al pasado para reafirmar un presente de mierda, añorando el paraíso perdido. Tienes que tirar ese muro de falsedad y autoengaño. Es mentira, espabila de una vez, no estás mejor así. Tienes dentro muchas cosas que desean salir y que dejas morir sin que salgan de ti. Eres, también, en el fondo y como todos, un mendigo del amor. Darías lo que fuera por un abrazo tan largo como una noche entera. Por unas palabras sinceras. Pero te engañas y te dices que no lo necesitas. Te escudas cobardemente en decir que es preferible prescindir de eso a cambio de prescindir también del dolor y el sufrimiento. Vives en la nada. También podría decirte que las mujeres no sienten de verdad, solo buscan que las cortejen y que les vayan detrás, que desprecian los sentimientos más profundos para quedarse solo con lo superficial. Yo no me cambio por una de ellas, no querría pasar así por la vida, creen que están hechas para lo hermoso y lo sensible, las educan así y viven, como tú, una mentira. Ellas desprecian lo verdadero, lo bello, lo profundo y lo intemporal. Se quedan con lo superficial, lo más vistoso, lo que más llama la atención, lo que velozmente se marchita, lo que se construye rápido para llenarse de grietas y al fin acaba por romperse en mil pedazos. Cosas como las flores, que viven apenas unos días o el éxito, tan efímero como vacío e inútil. Tratan de llenar sus vidas con cosas que no sirven para nada. No querría estar en la piel de una de ellas. Sin embargo, no renuncio a enamorarme de la primera en la que veo un brillo especial en los ojos. Pensarás que soy un tonto. El amor no es un sentimiento, no al menos el amor hacia una persona en especial. Es un acto voluntario y circunstancial. Algo reservado solo para los valientes en estos tiempos que nos han tocado vivir. En la época del no-sentimiento, del no-compromiso, del sexo por el sexo, de la mentira y el egoísmo, del YO por encima de todo, el que se atreve a amar es un héroe. Y si hay valor en el hecho de amar a alguien es porque sabes que al final habrá lágrimas, dolor y soledad, lo sabes y aún así te lanzas y eso es valiente y, como no, hermoso. Más bello que una cara bonita, que un paisaje nevado, que todas las estrellas del cielo brillando a la vez solo para ti. Darte entero, sin miedos, provocar una sonrisa, un gemido o un gesto y saber que te pertenecen, que sin ti no hubieran existido. O darte de bruces con la realidad, que te digan que no. A nadie le importa que le digan que no cuando ha puesto todo de su parte. Tampoco puedes culparla a ella de que no sienta lo mismo que tú, al fin y al cabo todo surgió dentro de ti, si tuviste los cojones de sacarlo fuera, aunque te lo estampen en la cara, aunque te humillen o te desprecien, toda la mierda que una mujer pueda arrojarte se estrellaría contra todo eso."

Me gustaría saber que fue de aquel tipo.

martes, 26 de febrero de 2008

En la carretera.

Cuando Lorena dejó claro que no quería volver a saber nada de mí decidí olvidarla. Resolví dejar de pensar en ella. Se me antojaba imposible, pensaba que nada funcionaría. ¿Qué podría hacer? Me preguntaba. De ninguna manera podré sacarla de mi cabeza. Así que como no se me ocurría ninguna forma, simplemente dejé de preocuparme por encontrar alguna. Opté por lo más simple. Dejarlo estar. Dejar de pensar en la manera de volver a conquistarla o llamar su atención. Dejar también de recordar los momentos que pasamos. Tan imposible me parecía que una mañana de resaca, algunos días después me encontré pensando: “Joder, llevo unos días sin acordarme de Lorena” Fue tan… fácil. Me costó tan poco que me sentí desfallecer. Si tan rápido la olvidé es que no significó tanto. Algunas veces la imaginación me lleva hacia el piso de María, el coche de Carola o una toalla en la playa junto a Marta y tiemblo de pura tristeza. Pero en este caso no, solo pensé: “vaya, hoy todo el día y ayer, y creo que el día anterior, no me he acordado ni de que existía”. Fue tan triste darme tan de bruces con la realidad. Yo creía que el muro con el chocaba era ella y su indiferencia hacia mí. Eso era duro y descorazonador. Pero al menos podía agarrarme a algo. Fue infinitamente peor darme cuenta de que el muro era yo y mi incapacidad de amar a alguien. No estaba enamorado de ella, nunca lo había estado. Ahora la veía en fotos y ni siquiera me gustaba. Eso hubiera durado una semana, yo me habría cansado realmente rápido. De hecho el desamor solo duró unos días. ¿Realmente estaba agotado al fin? ¿Ya no tenía dentro nada? ¿Fue todo una ilusión, una fantasía alimentada por el terrible concepto que tengo de mí mismo? Tal vez necesitaba, de alguna forma, demostrarme que soy capaz de querer a alguien más de lo que quiero a mi trasero. Y por eso me sentí tan mal cuando me dejó. Por eso me sentí tan mal esa mañana que comprendí que no la quería a ella, solo me quiero a mí y la usaba como vehículo para demostrarme que puedo ser menos egoísta. No le guardaba ningún rencor, ella llegó a donde quiso. Ojalá fuera eso. Desearía que fuera rabia o incluso odio. Sentir odio es sentir algo. Pero no, era la más desoladora indiferencia. Como un árbol al lado de la carretera. Deseaba volver atrás. Muchos años atrás. Ir guardando pedacitos de amor en el bolsillo. Robarle un poco a una, un poco a otra. No todo, solo un poco. De ese modo ahora podría buscar en viejos pantalones que ya no me pongo y encontrar esos pedacitos y poder entregárselos a alguna que yo eligiera. Pero los pantalones viejos los tiré, los rompí o se quedaron por el camino. Ya solo puedo ofrecer palabras vacías, sensaciones rápidas e inmediatas, una capa de pintura barata que se irá con las primeras lluvias. Estaba revolviéndome en el barro de mis pensamientos cuando el sonido del teléfono me devolvió a la realidad:

-¿Si?

-¿Edu?

-Sí, soy yo.

-Anoche me diste tu número, te dije que te llamaría, ya ves que no te mentía.

Mala semilla.

La última semana del mes es siempre la más dura. Siempre sin dinero, siempre un mes más cerca del siguiente invierno. Recuerdo un verano en el que solo trabajaba algunos días a la semana, algunas ni eso. Me llamaba un tipo, le cuadraba algunas cuentas, escribía alguna carta o le hacía cualquier recado como llevar papeles de un lado a otro. Yo necesitaba el dinero y no hacía ninguna tontería, salvo no cogerle el teléfono porque estaba de resaca, lo que al fin y al cabo era peor para mí porque ese día no me soltaba ningún billete. Además, no iba a quedarme con ningún papel que él me confiara ¿de qué me iba a servir? Tampoco tengo madera de extorsionador, no se me hubiera ocurrido ninguna manera de sacarle dinero por ningún secreto que me confiara. Era constructor. Y putero como el que más. Tenía negocios con proxenetas. Era iletrado y grosero. Y luego estaba la manera en que trataba a las putas. Una vez me citó en un club. Todos fantaseamos con la idea de meternos una raya directamente del culo de una mulata, una vez que ves hacerlo se rompe la magia, solo puedes sentir lástima por la chica y deseos de partirle la cara al cerdo que la mata poco a poco. Era de la clase de personas que te reconcilian con tu extrema pobreza. Viéndolo podrido de dinero llegabas a la conclusión de que el dinero se deposita en la gente de una manera tan arbitraria, absurda y obscena, sin importar si el que lo posee es inteligente o bobo, honrado o un ruin hijo de puta, que el hecho de no ser millonario no obedece a que no tengas talento o visión empresarial, pocos escrúpulos o ambición, es nada más que una grotesca casualidad. Así que cuando te encuentras con los bolsillos vacíos solo te cabe pensar: “joder, al menos no es culpa mía”.

Así estaba yo, con los bolsillos vacíos. Tenía la posibilidad de empezar en otro sitio. Un amigo estaba trabajando en otra ciudad. Arreglaba contratos, bajas laborales y ese tipo de cosas en una clínica privada. -Siempre hace falta gente – decía - todo el tiempo, el negocio va bien y cada mes hay uno o dos nuevos, podrías venirte.- Pero necesitaba algo de dinero para buscarme algún sitio donde dormir los primeros días y no tenía ni para el autobús. Así que solo podía callejear durante el día y dormir por la noche esperando la llamada de aquel tipo. No podía ni comprar alcohol para hacer la espera más llevadera. Una de esas mañanas de fin de mes me llamó:

-¿Quieres ganar cien euros?

-Joder, claro que quiero.

-Está bien, ponte un traje y espérame esta tarde en el bar de debajo de la oficina.

-¿Un traje? No tengo ningún traje.

-Pues lo compras.

-¿Con qué dinero? No tengo dinero para comprar un traje.

-No puedo creer que no hayas podido comprarte un traje con todo el dinero que estás ganando gracias a mí.

-Pues no, no he comprado ningún traje.

-Está bien, pasa por mi casa, mi mujer podrá dejarte alguno mío. O de mi hijo que serán más de tu talla y no parecerás un fantoche.

-Cualquiera parece un fantoche con un traje.

-No me toques los cojones y haz lo que digo.

Su mujer. Genial. Otra desertora del arado. Una mujer que pasó de estar cuidando los niños a una pija a ser la pija de la noche a la mañana casi sin poder digerirlo. Solo la había visto un par de veces, esperaba que me reconociera. Para colmo tuve que ir a su casa andando. Cuando dije que no tenía dinero ni para el autobús no estaba exagerando. Toqué a la puerta. Quién me abrió no fue la señora de la casa, sino su hija. La reconocí por una foto que tenía mi jefe en su despacho. Joder, pero en la foto no tenía aquellas tetas ni aquellas piernas tan largas. Creo que se dio cuenta de que la miraba de arriba abajo y luego otra vez arriba:

-¿Quién eres y qué quieres?

-Vaya, no te gusta andar por las ramas.

-¿Perdona?

-Soy… es por tu hermano, mira, no, no te preocupes, soy amigo suyo. Verás, es algo embarazoso, menos mal que eres tú y no tu madre ¿Ayer no vino a dormir, verdad?

-No, no vino a dormir.

¡Genial! Estos pijos son tan previsibles. No tenía necesidad de jugármela a una sola carta, pero las palabras me salían solas:

-Verás, me acaba de llamar. Ayer conoció a una chica. Total, se fue a dormir con ella, o lo que sea que hicieran, creo que no hace falta que te dé más detalles ¿verdad? No, si ya decía yo. Bueno, se fueron a un hotel en el centro y se acaba de despertar y la chica no está. Ni la chica ni su cartera, el reloj, el móvil y por supuesto la ropa…

-¿Qué?

-Como lo oyes, me ha dicho que viniera inventando algo, que él no tenía la cabeza fría como para pensar en excusas, pero te he visto y sé que serías comprensiva con su hermano y con su situación, con todo eso y que no hacía falta engañarte. Por supuesto que no debes decir nada a tus padres, me mataría, encima que ha confiado en mí.

-¿Pero qué dices, a qué viene esto? Si fuera verdad podrías prestarle unos vaqueros y una camiseta. ¿Quién coño eres?

-No, no, escucha. Es totalmente cierto. Por lo visto tiene una reunión o algo parecido, ya sabes que no le gusta mucho hablar de negocios ni siquiera con los amigos. Necesita uno de sus trajes y algo de dinero, quiero decir, sus papeles y esas cosas. Y dinero, eso también, para pagar el hotel y lo demás.

-Esto no tiene ningún sentido. Hubiera llamado a su novia.

-Vamos, no seas inocente, no podría contarle esto a su novia. Mira, creo que te lo puedo demostrar. No lo podemos llamar al móvil porque se lo robaron pero podemos llamar al hotel y preguntar si está allí. Tal vez así me creerías.

-¡No vas a entrar a mi casa!

-Sí, claro, me hago cargo. Solo llama al hotel, pregunta si está alojado tu hermano. Por supuesto no pidas hablar con él, me mataría, se supone que tenía que conseguir su ropa y sus papeles sin revelar la historia, es solo para que te asegures de que en realidad está ahí y confíes en mí.

-Está bien, espera aquí.

Me cerró la puerta en las narices, pero pude verle el culo unos instantes. De nuevo me lo jugaba todo a cara o cruz. Saqué mi teléfono del bolsillo y marqué el número de Juan Carlos. Era recepcionista de día y camello de noche aunque a veces no sabías donde acababa el recepcionista y donde empezaba el camello, sobre todo durante el día, de veras que se movía mucha droga en ese hotel tan caro. ¡Bingo! Estaba trabajando. En su trabajo, los dos, es importante contestar siempre al teléfono. Confirmaría mi historia. Al poco se abrió de nuevo la puerta:

-Pasa.

Joder, sí.

-Oye, perdona que antes fuera tan maleducada, es que me vienes de pronto con esa historia tan rara, comprenderás que lo único que podía pensar es que eras una especie de loco o de estafador.

-No te preocupes, nena.

-Voy a buscar la ropa de mi hermano, sírvete un zumo o algo.

-Gracias, creo que será algo.

Tardó bastante en bajar y cuando lo hizo venía con un traje, un maletín, el pelo suelto y oliendo a perfume. Oh dios, era mi día de suerte.

-Vaya, lo siento, solo me he servido a mí, tenía que haberte puesto una copa, que descortés.

En realidad iba por la tercera.

-No te preocupes, es mi casa, puedo ponerme todas las copas que quiera. Supongo que tendrás prisa.

-Sí, tu hermano debe estar preocupado.

-Que espere ese cabrón, menudo susto me ha dado.

Esa chica sabía de verdad lo que se hacía.

-Solo he podido conseguir quinientos euros, espero que llegue para pagar el hotel y lo demás.

-Oh, no te preocupes, lo que falte lo puedo poner yo, de hecho el dinero no era importante, lo hubiera puesto yo es tu hermano, ya sabes que no le gusta deber dinero ni favores. Aunque ahora me debe uno. Nos debe uno a los dos.

-Y tanto que nos lo debe.

Solté ese nos a propósito, pensaba que si la hacía creerse mi cómplice crecería el grado de intimidad entre los dos. En realidad no hacía mucha falta:

-Bueno, dime ¿de qué conoces a mi hermano, del trabajo?

Estaba sentada a mi lado con las piernas cruzadas, balanceando una de ellas y rozándome la pierna con el pie. El vaso en una mano y acariciando el borde con la yema de un dedo. Pensé que esa chica había visto muchas películas.

-En realidad de mucho antes, de la facultad. Pero es normal que no me conozcas, yo he estado siempre viajando, mi padre quería un hijo que conociera mundo e idiomas para llevar sus negocios y me ha tenido siempre de acá para allá.

-Es una lástima no haber coincidido antes.

-Ya lo creo.

No tenía mucho tiempo, yo me la quería tirar desde que me abrió la puerta y estaba claro que ella se me estaba insinuando, pero no era del tipo de las que les puedes decir: “¿follamos en el sofá o en el suelo?” Después de haber conseguido el traje y la pasta no quería echarlo todo a perder por un polvo rápido, ya estaba decidido a largarme, la miré para decirle que me largaba y me la encontré desabrochándose la camisa. Vaya sorpresa, era de las que tienen las cosas claras.

En seguida la tenía desnuda y tumbada. Fue arrastrándose y empujándome hacia abajo hasta que me tuvo comiéndoselo. Cuando decidí que era suficiente le dije que era su turno:

-No, no. Claro que no. Yo eso solo se lo hago a mi novio.

-Vamos, nena, no seas injusta.

-He dicho que no.

-Está bien, nena.

Quise meterla pero no quería, decía que quería jugar un poco más. Cogió mi mano y la puso en su entrepierna. De nuevo empezó a contorsionarse.

-Bésame abajo.

-Claro nena.

Le besé el cuello.

-Más abajo –Gemía.

Le besé las tetas.

-Esto es todo lo abajo que me vas a tener.

Ahora estaba algo contrariada. Yo también. Se la metí y acabé rápido, no está mal tampoco cuando vas solo a lo tuyo. Cuando acabamos me vestí, cogí las cosas y me largué.

Cogí un taxi, fui al aeropuerto. En el baño me puse el traje y tiré mi ropa.

-Un billete, por favor.

-¿Bussines class?

-No, esta vez será en turista, señorita.

-¿Visa o Mastercard?

-Pagaré en efectivo.

martes, 12 de febrero de 2008

La chica de las uñas desteñidas.



Desde mi balcón se puede ver su casa. Al menos yo lo creo así. Imagino que uno de los miles de puntos de luz que se ven a lo lejos es en donde ella vive. Fumo un cigarro tras otro mirando esas luces que salen de la tierra. Y no puedo dejar de pensar en ella. Joder, puedo sentirla respirar desde aquí. La imagino en su habitación, dormida, delante del ordenador o con el teléfono hablando de cualquier chorrada con algún tipo vulgar y que a ella le parece exótico. Tirada viendo la tele. Desnuda y mojada bajo la ducha. Saliendo de algún coche y entrando en su casa demasiado tarde, procurando no hacer ruído. Y solo quiero que acaben de construir ya ese maldito bloque de pisos y que deje de poder ver su casa desde mi balcón.

Llevaba siempre las uñas a medio pintar y ropa oscura porque estaba algo acomplejada por su peso. Era casi tan alta como yo, odiaba verme fumar y tenía unas preciosas tetas diminutas. Sus ojos no eran demasiado grandes ni demasiado brillantes pero no se puede decir que fueran vulgares. La nariz era grande e irregular y cuando sonreía enseñaba demasiados dientes. Sin embargo su cara era, en conjunto, bastante agradable. No era una belleza pero no estaba mal y eso para mí no estaba mal. Igual que en la canción. Es más, me gustaba mirarla. Cuando la tenía a dos centímetros de mi cara y dispuesta a besarme me parecía hermosa. Tan bella como los amaneceres, los atardeceres, las flores, los pájaros… Todo eso que se supone que es hermoso. Pues ella lo era más. Un segundo antes de besarme.

Cuando se largó la esperaba un chrysler. Seguro que también algún tipo. Cuando te dejan lo hacen por otro. Siempre hay otro. Puedes engañarte pensando que no, puedes culparte. O puedes culparla a ella. O al mundo entero. Y puede que se largue porque no te aguanta o porque se va a vivir a otra ciudad o porque tiene demencia senil a sus veinte años y no recuerda quién eres. O, simplemente, no le gustas. Lo que sea. Pero después hay otro. Siempre hay otro. Eso no es algo que me obsesionara. La primera vez que me largó también había otro. Porque siempre hay otro. Y aún así quise hacerla volver.

Entro dentro e intento olvidar que ella está en su casa, o en cualquier otro sitio, ajena a mí. En la televisión hay un negro dándole lo suyo a una chica con las tetas de silicona. A estas horas solo hay porno y concursos en la televisión. Ojalá hubiera alguna buena película. El negro sigue a lo suyo: “pan, pan, pan”. Y ella está dentro de mí: “pan, pan, pan”. Quisiera poder sacarla. Si ella supiera lo que siento ahora. Si ella sintiera lo que yo siento. Ni se imagina lo distinto que sería todo si ella me quisiera. Dios, hasta las cosas huelen y saben diferente ahora. No puedo comer nada sin sentir arcadas. Tengo que sacarla de algún modo. Intento sacar a la luz todo lo malo que hay en ella, cualquier defecto. Mierda, no funciona. Imagino por un momento, que todo es diferente, que no estoy enamorado de ella y que todo fue una aventura pasajera. Total, de nada sirve obsesinarse, nada va a cambiar. Ella no va a volver. Vale, pienso, me la logré tirar un par de veces, eso es más de lo que esperaba cuando la conocí. Ahora a por otra. De todos modos estoy mejor solo. No tengo que aguantar chorradas, síndromes pre y post menstruales, caprichos y llanteras sin sentido. Debería ser perfecto así. Conoces a una, te la llevas a la cama y hasta luego, fue bonito conocerte. Pero, qué cojones, no debería haberse marchado así. Si yo hasta estaba dispuesto a dejar de fumar y beber un poco menos. A la mierda, algo bueno hay en lo que está pasando. No me arrepiendo de haberme colgado de ella. A veces algo dentro de ti te recuerda que no eres tan egoísta. Tan malo. Ella no me quiere y, joder, duele. Pero eso no va a cambiar lo que siento por ella. Mierda, ya estoy otra vez. Tengo que sacarla de mi jodida cabeza.

El negro en la tele sigue a lo suyo: “pan, pan, pan”. Pero yo no lo veo porque estoy de nuevo en el balcón mirando al horizonte. “PAN, PAN, PAN”

Globetrotter




Durante un tiempo trabajé en un hotel de segunda. Había cogido una habitación porque era lo más barato que encontré y el trabajo surgió solo. Era algo que nadie querría hacer. A mí me dejaban dormir en una habitación con más empleados y me daban algún dinero que podía gastar en salir por ahí y comprar algo de ropa. También comida. Vivía con tres. Un portero nocturno y otros dos. Uno de ellos era una especie de paria, un marginado. Me porté bien con él los primeros días y se obsesionó conmigo. Solo podía socializar con el resto de empleados si estaba yo y me seguía a todos lados. También desarrolló un gusto por el vodka barato para intentar estar a mi altura. Al principio me molestaba, imaginaba que acabaría siendo marginado igual que él por tenerlo siempre detrás de mí. Pero era bueno tener a alguien que te acompañe cuando bebes.

El trabajo era una basura. Tenía que estar toda la noche despierto. Debía limpiar la cocina, atender la tienda, ocuparme de las chorradas que pidieran los inquilinos, reponer el papel en los baños, ese tipo de cosas. Se hacía muy aburrido, la mayor parte del tiempo eran ratos muertos. Me mantenía alejado del bar porque el camarero insistía en que tomáramos cocaína y yo lo último que quería era estar toda la noche con el corazón saliéndome del pecho. Prefería estar en un estado de aletargamiento tal que hiciera que las horas pasaran más rápido. Los tipos de recepción y los porteros nocturnos eran unos gilipollas. Así que solo podía fumar un cigarro tras otro y esperar a que amaneciera.

Conocí a un grupo de adolescentes. Estaban estudiando en la ciudad y pasarían tres semanas alojados. Me llamó mucho la atención una de las chicas. Apenas tenía dieciocho años y los ojos más grandes que haya visto nunca. Decidí caerles bien a sus amigos. No fue muy difícil hacerme con ella. Yo, aunque más pobre que una rata, borracho todo el tiempo y con un trabajo de mierda, llevaba una camisa con el nombre del hotel, tenía llaves de todas las habitaciones y un walkie talkie. Esas son la clase de cosas que llaman la atención a las mujeres, sobre todo a las más jóvenes. Para impresionar a una treintañera debes tener un trabajo fijo y un coche potente. Pero en esencia es lo mismo, si destacas por algo, por absurdo que sea, habrá alguna que se bajaría las bragas por ese tonto detalle. Les prometí sacarlos la noche que libraba. Ella se insinúo, aunque de una forma patética y acabó en mi cama. Esa y las tres noches siguientes. Lejos de ser algo bueno, se convirtió en una tortura. No dejaba ni que le sobara las tetas. Pensé que había dado con una de esas estrechas. Qué equivocado estaba. La tercera noche me metió la mano en el pantalón.

-Venga, nena, chúpamela.

-No.

-¿Porqué? Venga, solo un poco, estoy muy cachondo.

-No, seguro que te corres en mi boca.

-¿En tu boca? Claro que no, nena, si me corro luego no podríamos hacerlo. –Pensé, joder con la estrecha, ¿cuántos se habrán corrido antes en su boca?

-Ni de coña vamos a follar.

-¿Qué? Venga ya, es la tercera noche que duermes conmigo. No te he forzado nunca a nada, creo que ya toca.

-No, no vamos a hacerlo. Que te quede bien claro. No me vas a follar. Te veo andar por ahí. Como si todo te perteneciera. Te crees tan especial con esa particular forma tuya de andar, de sonreírle a la gente. No voy a ser un trofeo, seguro que ya te has follado a decenas de clientas del hotel. No voy a ser una más. Que te quede muy claro que no vamos a follar.

-Joder, nena, me dejas sin palabras. Ahora no sé qué haces aquí en la cama conmigo.

-Solo quería dormir contigo.

-¿Con tu mano en mi polla?

-Bueno, te la chupo, pero que te quede muy claro que no vamos a follar. Ni esta noche ni ninguna otra noche.

-¿Entonces me corro?

-Pero no en mi boca.

-Mierda.

Acabé y me di la vuelta. Yo solo quería dormir. Ella me rodeaba con sus brazos y sus piernas. La sentía rozarse contra mí. Yo me hacía el dormido para que dejara de molestarme.

-Oye, me has dejado mojadita, hazme algo.

-¿Qué? Venga, estoy dormido.

-No seas egoísta, no me dejes así. – Lo decía mientras se quitaba las bragas.

-¿Follamos o qué?

-No, no vamos a follar. Acaríciame, cómemelo. Me gusta que me lo coman.

-Ni de coña. Yo no hago esas cosas.

-No seas gilipollas, venga, solo acarícialo un poco hasta que me corra, me corro muy rápido.

Joder, me había vuelto a liar con una tarada.

Un par de días después salió por ahí con sus amigos. Cuando llegó yo ya estaba en la cama. Había conseguido una llave en recepción y se metió en mi cama. Estaba borracha. Quería contarme como había pasado la noche pero no que la tocara. Había bebido mucho, había conocido a unos italianos. Todo se había desmadrado y habían acabado dándose besos en los labios. Todas con todos, todos con todas. “¿No estarás celoso, verdad?” ”Ni de coña, nena, puedes hacer lo que quieras” Yo, dos horas después de que ella llegara, debía estar trabajando en el turno de mañana. La desperté. Estaba con resaca y remolona. La saqué de malos modos de la cama y estuvo el resto del día enfadada conmigo. Esa noche salimos a dar una vuelta con sus amigos. Vinieron los italianos. Quise hacer las paces con ella pero no quiso hablar conmigo.

-Oye, me dijo uno de sus amigos, ¿sabes que Carmen se besó con uno de ellos?

-Sí, me dijo que las cosas se salieron un poco de madre y que iba algo borracha.

-Bueno, no fue un simple beso.

Vale, eso explicaba bastantes cosas. Aproveché que estaba en el servicio y me largué de allí con algunos de sus amigos sin decirle nada. Había otra chica, no tan guapa como ella, pero bastante pechugona y con cara de vicio. Intenté llevármela a la cama pero compartía habitación con el hermano de su novio y no quería armar ningún escándalo. Ya en el hotel, conseguí la llave de la cocina y me fui allí con ella. No tuve tiempo ni de verle las tetas, el portero nocturno nos pilló y me gané una amonestación. Semanas más tarde me follaría a su novia, pero no voy a contar eso por ahora.

A la mañana siguiente, vino Carmen a hablar conmigo.

-¿Porqué me dejaste sola?

-No quería interrumpir nada.

-Vamos, ¿fue por eso por lo que besaste a Laura?

-No, eso fue porque me aburría.

-Sabía que eras así. Lo sabía. Por eso no quise follar contigo.

-En ese caso no te he decepcionado. Supongo que ya es tarde para lo otro.

-Imbécil.

Ella creía que no sabía lo del otro tipo. Se hizo la ofendida y no volvió a dirigirme la palabra. Semanas más tarde, cuando ya se había largado, terminó de vengarse completamente. Una recepcionista con la que hizo cierta amistad me plantó una hostia a santo de un comentario que le hice sobre su culo. Me llamó superficial y mujeriego, dijo que no le gustaban los tipos como yo y que me lo merecía. Supongo que Carmen allí donde estuviera se enteraría y se reiría de mí con una sonora carcajada.

lunes, 4 de febrero de 2008

La tormenta



Le entregué la tarjeta.

- JAJAJAJA. – Rió. - ¿Solo deseo ver tu cuerpo lleno de besos? ¿Ahora eres poeta?

- Eres tan cruel conmigo.

- Déjame, lo tienes muy fácil.

- OH, vamos, sabes que no podría, te quiero demasiado.

- Lo has hecho otras veces.

- Sabes que nunca ha sido de verdad. No podría dejarte.

- Venga ya, no puedes hablar así. Tienes que quererte un poco más. No me necesitas, yo ni siquiera te quiero.

- No me hables así. Si no me quieres ¿porqué sigues conmigo?

- Porque soy gilipollas. Es lo que pasa cuando vas saltando de uno a otro. Tienes a tres o cuatro tíos detrás de ti, tienes el ego hinchado. Una tarde te follas a uno y esa misma noche tienes a otro invitándote a cenar y regalándote flores. Pero los que merecen la pena se cansan de tu juego. Se hartan de esperar, se dan cuenta de que eres imbécil o simplemente conocen a alguien mejor que tú. Entonces cuando te cansas y decides buscar un poco de estabilidad o tal vez porque lo necesitas, te das cuenta de que el único que queda en realidad no te gusta. No sigue ahí porque tú seas especial o porque de verdad te quiera. Sigue ahí porque es tan tonto que no se ha dado cuenta de que juegas con él o porque no le sirve a ninguna otra.

- Dios, ¿por qué tienes que ser tan cruel conmigo? – Ahora lloraba mientras decía esto.

- ¿Por qué? Porque sigues ahí, porque me recuerdas que fui tan gilipollas de dejar escapar a otros. Porque me recuerdas lo estúpida que puedo llegar a ser. Porque si no fuera cruel contigo tendría que mirarme dentro y serlo conmigo y, oye, la vida me trata tan mal que yo reniego de cebarme conmigo misma.

- ¿La vida? ¿La vida te trata mal? Pobrecita. Eres una gilipollas. ¿Qué sabes tú de la vida? – Lo dije alzando la voz. - ¿Qué cojones sabes tú del sufrimiento?

- No me levantes la voz.

- ¿Qué vas a hacer, pegarme? ¿Insultarme? Vamos, nena, adelante, mira en lo que me has convertido.

- ¿Yo? Siempre has sido así.

- Te prometo que cambiaré.

- Mierda, eres tan idiota.

domingo, 3 de febrero de 2008

¿Y ahora qué?


Quedé una noche con Carlos, hacía tiempo que nos veíamos. Un tipo extraño: Siempre está hablando de las muchas cosas que haría si tuviera dinero. Invertiría en estoy en lo otro, se compraría un barco, viajaría a la luna. Pero no tiene dinero porque lo gasta en las cosas más absurdas. En ropa, relojes, la última novedad electrónica. Y también en drogas. Insistía esa noche en fumar base. -Si tuviera amoníaco, sacaríamos base de esos tres gramos de farlopa. No este que tengo para fregar el suelo, perfumado. Este te pudre por dentro. - Lo decía como si hacerlo con otra clase de amoniaco fuera algo sano. – Saldría una gota enorme si lo hiciéramos con tres gramos, cogeríamos una muy grande, si tuviera amoniaco, pero ahora no hay farmacias abiertas. – Si tuviera amoniaco, si tuviera dinero. Siempre estaba igual. No me apetecía mucho fumar en plata, la verdad, me sentaba muy mal., me ponía demasiado agresivo. Quería emborracharme simplemente.

Yo compré una botella. Él tenía una entera y otra por la mitad. Nos lo acabamos todo. Insistió en salir por ahí, a alguna discoteca. Yo solo pensaba en vomitar. Hizo dos rayas que sumaban más de medio gramo entre las dos que nos dieron aplomo y algo más. Ahora si estábamos en condiciones de salir a la calle.

No tardó en acercárseme alguna. Es muy fácil en esos sitios. No puedes permanecer a solas. Siempre hay alguna dándote el coñazo. A mí, por alguna razón que se me escapa, solo se me acercan las inseguras. Solo buscan saber que pueden ponerte cachondo, lamerte el cuello, dejar que les sobes el culo, tal vez dejan que te las lleves a la cama. Y luego desaparecen. Esta era, como no, de ese tipo de chicas. Yo, en mi estado, solo quería quitármela de encima. Fui grosero, demasiado. Ella insistía en enseñarme el encaje de su camiseta con la intención de que me fijara en sus tetas. Me miraba con unos ojos encendidos. Su piel brillaba como si estuviera bañada en esperma. Todo lo que de ella emanaba era sexo. –Si supieras lo buena que estoy, tengo un buen cuerpo debajo de toda esta ropa. – Decía sobándose las tetas. Me sentí abrumado y fui aún más grosero. Cuando entendió que esa noche no iba a acostarme con ella se largó a buscar a otro.

No tenía intención de follar esa noche con esa ni con ninguna otra. Solo quería beber y, de vez en cuando, posar mi mirada beoda en algún culo o algún buen par de tetas. La idea de tener a alguna de esas saltando encima de mí me atraía bastante, pero no me sentía con fuerzas como para aguantarlas al día siguiente. O a los dos minutos de acabar. Aún pensaba en la última que plantó. Por segunda vez. La primera vez se aburrió rápido de mí y me alejó con excusas y buenas palabras. Yo fui tan imbécil que me enamoré de ella por segunda vez. Era su cara la que quería ver por la mañana, no la de cualquier otra. Y la vi, pero no por la mañana, sino a los pocos minutos. Como no quería quedar como un idiota me recompuse, la saludé impostando una sobriedad y valor de los que carecía y me largué antes de cometer alguna estupidez.

Ya solo podía irme a casa a masticar mi rencor y mi congoja. Se me cruzó una chica en una puerta. Intenté ser lo más cínico y cruel que mi etílico estado me permitía. No me dejó acabar la tercera frase. –Eres muy simpático y muy gracioso, ¿me das tu número de teléfono?