jueves, 15 de noviembre de 2007

Esto lo escribí algo borracho.

Tengo un fantasma en casa. Nunca he creído en estas cosas. Ya de niño, no me asustaba el que hubiera monstruos en el armario o debajo de la cama. Por si acaso nunca dejaba un brazo o una pierna fuera de la cama. Era precavido, eso sí. Pero no era algo que me obsesionara.

Desde un primer momento noté que algo raro pasaba en esta casa. Cosas que se movían de sitio o que sin motivo aparente desaparecían, luces que se apagaban o encendían solas, puertas que se cerraban, ese tipo de cosas. Nunca he sido muy listo, pero algo raro ya me olía. Una noche, me levanté con sed de la cama, fui a la cocina y allí estaba él, delante del frigorífico. “¿Pero qué coño?” Era un pirata. Un pirata de los de las películas. Tenía la ropa ajada, un sombrero de pirata, una pata de palo de pirata, un parche de pirata y una espada de pirata a la cintura.

-“¿Qué haces en mi cocina, tú quién eres?”

-“Soy el capitán Barbazán” – Me dijo con una voz cavernosa.

-“Vale, capitán Barbapatán, ya estás dejando el zumo en la nevera de nuevo y largándote de mi casa.”

-“¿Tu casa, cómo que tu casa? Esta es mi casa, soy el fantasma de la casa”

-“¿Cómo que el fantasma de la casa? Yo no creo en los fantasmas.”

-“Creas o no, pequeño grumete, soy el fantasma de la casa y esta me pertenece tanto o más que a ti. Está escrito en el reglamento de los fantasmas que en cada casa ha de haber uno”

-“Señor Bartacán, esto es absurdo, ¿qué demonios hace el fantasma de un pirata en una casa a kilómetros del mar?”

-“A mí no me pidas cuentas, joven, yo solo soy un producto de tu mente. Creas o no en los fantasmas aquí me quedaré” – Y desapareció ante mis ojos.

Tomé un vaso de agua y me fui a la cama.

Yo lo tomé todo por un mal sueño, pero el capitán Barbazán siguió haciendo de las suyas.. Me escondía cosas, apagaba y encendía las luces, me destapaba cuando estaba durmiendo y más frío hacía, ese tipo de cosas tan molestas.

Por esa época, yo estaba enganchado a una chica, Candela. La había conocido en una de las discotecas a las que solía acudir todas las semanas. Para ella yo no representaba nada,. Uno más (y nada menos) de tantos. Tantos no sé si es mucho o poco, y no quiero obsesionarme con ello. Pero para mí ella era algo más. Joder, he tenido a muchas, demasiadas tal vez. Pero ¡coño! eso no me inhabilita para que cuando una me gustara de verdad, me gustara de verdad. Con gustarme de verdad no quiero decir follármela con más ganas que a otra ni pensar en ella al masturbarme ni ese tipo de cosas tan vulgares,. Cogerla de la mano al pasear, acompañarla a casa, pensar en ella en los ratos muertos, ese tipo de cosas. No era una belleza, pero ¡eh! No era mala. Y, oh, eso para mí no era malo. No sé como ni porqué ellas se dan cuenta de algo, de que no soy quién aparento, que voy a fallar, cualquier cosa. Les habla alguna amiga. Se cruza otro tipo. Cualquier cosa. Algo malo, claro.. Y se va todo a la mierda.

En esas estaba. Algo jodido. Bastante.

Salí con un par de colegas una noche. Quería emborracharme. Como siempre. Lo conseguí a medias. Embriagado por el alcohol estaba, como siempre en una de esas discotecas. Una chica me miraba demasiado. Odio eso. Cuando una mujer te mira demasiado. Cuando tú miras fijamente a una chica le estás diciendo muchas cosas. Que te gustan sus tetas. Eso es malo. Que te recuerda a alguien. También es malo. Que la conoces de algo, pero no te acuerdas. Adivina, eso también es malo. O que de entre todas las chicas de alrededor, ella ha llamado, por algo, tu atención. Eso, por lo general, suele ser malo, pero puede que ese día, ella esté de buen humor y se lo tome como un halago. Eso es bueno. Y si es bueno le sonríes, ella te sonríe y te vas a casa contento. Nunca intentes hablar con ella. Eso, es malo. Solo se te permite hablarle a amigas, amigas de amigos o familiares de amigos. Si el amigo da el visto bueno, claro. Si no te hablan ellas antes y eres tú quién dice “hola, me pareces guapa y algo simpática, ¿puedo hablar contigo?” Entonces eso, es malo. Pero cuando ellas te miran, tienes que mirarlas tú. Si no las miras eres demasiado creído. O eres marica. Aunque no te des cuenta. Y cuando te miran fijamente mucho tiempo y tú lo adviertes te están diciendo que te acerques a hablarles. Si no lo haces es que eres marica, ya lo de creído se superó en la fase anterior. Aunque no te apetezca. Aunque no quieras. Tienes que hacerlo.

Me acerqué y le dije lo más elocuente que se me ocurrió. –“Hola”

-“Hola”

-“¿Cómo te llamas?”

No recuerdo el nombre. No tardaron en acercarse mis amigos. Uno descubrió que era italiana. Yo le hablé unas palabras en italiano. Ella dedujo que yo sabía italiano y comenzó a hablarme en esa lengua. Y así siguió toda la noche. Yo sabía balbucear algunas palabras en ese idioma, poco más., y ni por asomo podía entenderlo, pero eso a ella le importaba poco. Ella hablaba en italiano y yo no entendía nada. A mí me recordaba a Francesca, la frágil, Francesa. La neumática y lasciva La desquerida, temerosa, y temblorosa Francesca. Y a cada palabra nueva que pronunciaba se me encogía el corazón. Así que no tuve más remedio que largarme. Con ella.

La metí en mi cama. Hice lo que pude antes de dormir. Me desperté al poco con una sed terrible. Fui a por agua. Recordé que aún llevaba las lentillas puestas, marché a quitármelas. Me lavé las manos y me metí los dedos en los ojos. Es algo asqueroso. Ya sin sed y sin lentillas volví a la cama. ¿Adivináis quién estaba tumbado en mi cama abrazando a aquella chica italiana? El mismísimo capitán Barbazán. Joder. Debía estar volviéndome loco. Cerré los ojos e intenté meterme en la cama. Era imposible, no había lugar para mí. El pirata miraba y sonreía con suficiencia. Yo veía a aquella chica desnuda y desamparada, tan indefensa, profundamente dormida, y solo pensaba en abrazarla. Dios, solo quería abrazarla y caer dormido. Y aquel imbécil allí en medio. Tuve una idea, le cogí el sombrero, porque aquel pobre diablo llevaba sombrero incluso en la cama, y lo lancé fuera de la habitación. El estúpido salió disparado tras de él sin mediar palabra. Yo me lancé sobre la puerta, la cerré y la atranqué con el sofá, la silla y el armario. El pirata no hizo mayor esfuerzo por volver, supongo que se resignó. Yo pude volver a la cama. Abracé aquel cuerpo como si fuera lo único que me ataba al mundo y me dormí. Ella despertó a la mañana, no se quiso quedar a desayunar. Quiso, antes, repetir lo de anoche. ¿Hicimos algo anoche? Me preguntaba yo. Pero joder, no rompas la magia, nena, ayer bebiste y aún no te has lavado los dientes, ya sabes lo que quiero decir. Así que nada. Se largó.

Yo me metí en la cama de nuevo e intenté dormir. En eso estaba. Me di una vuelta y encontré un cuerpo. Tanteé a oscuras. Pantalones de lino, chaleco de cuero, parche en el ojo… extraña ropa de cama. No podía ser, el puto pirata de nuevo. Se había metido de nuevo en la cama. Se acabó, me dije, esto es demasiado. Estaba demasiado cansado y caí dormido. Pero en sueños ideé un plan. Me desperté horas después y sin pararme a pensar en nada me fui directo a por un folio. Dibujé unos garabatos y volví a la cama. El pirata aún seguí allí.

-“¡Despierta!”

-“¡Arriad la mayor, nos atacan!”

-“Déjese usted de historias, Mazapán”

-“Ah, eres tú ¿qué quieres?¿cómo osas despertarme?”

-“Señor Caldofrán, he recordado que mi abuelo me dejó en herencia un antiguo mapa del tesoro, mire”

Le enseñé el folio.

-“Vaya novedad, vas a servir para algo más que para traer bucaneras a casa, déjamelo”

Extrañamente, le hizo caso a aquel trozo de papel mal dibujado. “Joven, esto es inconcebible, una maravilla”, etc. Se volvió literalmente loco. Tuve que hacerle un café y se comió mis donuts. ¿Cómo sabe un pirata que son unos donuts? Pero se largó inmediatamente a por el tesoro. No sabía si volvería, me dijo. Eran muchos los peligros que le aguardaban y esas gilipolleces. Pero se fue. Vaya si se fue. Justo después del último trago al café. Yo insistí en darle algo para el camino, pero me dijo que su viaje era tan largo que no le hacía falta equipaje. Cosas de piratas, supongo.

Y desde aquel día no tengo fantasmas en casa. Ni una molestia. Nada desaparece ni cambia de lugar, las puertas sólo las abro yo, etc. Hasta esta mañana, he ido a por las llaves del coche y no estaban en su lugar. Busqué en todos los pantalones y nada, tampoco. Bajé a la calle alarmado, me creía tan gilipollas de haber dejado el coche abierto y las llaves puestas. Pues no. Volví a casa y ¿os imagináis quién había delante de un cofre enorme?

El capitán Barbazán.

-“¡Chico, chico, encontré el tesoro! Gracias por el mapa”

¿Se puede tener peor suerte?

1 comentario:

kiski dijo...

pues si q tienes palique borracho. q historion, eso tp te pasó a ti no?