miércoles, 12 de diciembre de 2007

Arrebato.

Ella nació entre gritos de su madre. Le desgarró el perineo. Era morada, viscosa y tenía el cordón umbilical anudado al cuello. La llamaron Beatriz. Fue desde ese momento y para siempre la caprichosa y consentida hija menor. Una vez, de pequeña, metió la cabeza entre dos barrotes. Tardaron horas en sacarla. Fue, probablemente, la experiencia más trágica por la que jamás pasó. En otra ocasión ganó una especie de programa de televisión. Uno de esos programas al que los padres pijos llevan a sus repelentes niños a que hagan sus típicas monerías de niños bien. Tuvo juguetes caros, ropa de marca, vacaciones cada verano y cada invierno. Unos de esos esquís para niños, una yegua, porque a sus padres les parecía de mal gusto montar a su niña en un animal con el miembro más grande que ella. Ya en el colegio se sintió acosada por uno de esos libidinosos curas. Creo que lo despidieron. Más tarde algunos novios adolescentes, el café de todos los viernes con sus amigas, las primeras borracheras, los primeros cigarrillos. Seguro que algún porro y quizás alguna ralla. Ya era universitaria cuando la conocí. Cuando aquella noche en la playa al verme puso aquella cara entre sorprendida y divertida. Cuando mis amigos me intentaron proteger de aquello que para ellos se revelaba claro y que yo no veía. Cuando la vi apartarse de sus amigas de la mano de aquel tipo. Y yo no sé porqué ahora me acuerdo de ella. Puede que sea este maldito frío, que se te mete en los huesos. Que te escama la piel de los nudillos y hace que te duela el cerrar los puños. Que hace que te lloren los ojos cuando vas caminando por la calle. El asesino de mendigos. Aquel día, aún con el corazón roto, al menos era verano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por una lado burtal y muy atrevido, y por otro sensible y profundo..un poco igual que tu supongo!