jueves, 6 de diciembre de 2007

En un reloj de plata.

Cuando ella sonreía desaparecía todo lo demás. Las nubes, los perros, las canciones malas, ese jersey que no querías que te pusiera tu madre porque te picaba el cuello, las latas de coca cola, las monedas de diez céntimos, la luna, las camisas de cuadros, las carreteras. Todo. Su cara era una explosión de felicidad. No era una sonrisa boba. Además era sincera. No se le arrugaba la cara ni se le hacían más pequeños los ojos, no se le veía un trozo de encía. No había en ella nada desagradable. Y te contagiaba. Vaya si te contagiaba. Te sentías tan feliz si ella sonreía. Sentías un cosquilleo en la nuca si encendías su sonrisa. Por eso yo buscaba hacerla feliz. Por verla sonreír. Me desperté pensando en ella. Joder, cuánto me apetecía morderle un pezón

1 comentario:

Anónimo dijo...

la cagas en el final con lo del pezon..ibas bien encaminado pra hacer un bella poesía.. bueno`x lo menos sra de esos finales inesperados!