miércoles, 26 de diciembre de 2007

Nochebuena.

Una año pasé la navidad en una pensión. Una de esas de mala muerte, en la que compartes habitación con dos, tres o más deshechos humanos como tú. Yo llevaba unas semanas viviendo allí. Me había escabullido de un apartamento en el que vivía solo y del que debía dos meses de alquiler. Había encontrado un trabajo por horas, pero no podía pagar todos los atrasos. Me largué por la noche, dejé la televisión, que era mía, y algunas pocas cosas más. En la pensión compartía habitación con dos senegaleses que trabajaban en la obra. No eran mala gente y no me molestaba mucho su presencia. Se levantaban a rezar varias veces todas las noches, yo aprovechaba para beber algo de agua y acomodarme el paquete. No estaba tan mal. No conocía a nadie en la ciudad y ya me había hecho a la idea de pasar solo la navidad. ¿A quién le importa? Pocos me iban a echar de menos, y si lo hacían, joder, pues estaba bien. Era más de lo que cabía esperar. Además, qué cojones, seguro que les reconfortaba más la idea de echarme de menos que tenerme allí cenando a su mesa cínico y malhumorado. A mí, por otro lado, no se me hacía esa noche más cuesta arriba que cualquier otra noche. Que cualquier otro día. Que cualquier otro jodido segundo. Tan solo iba a estar y sentirme como lo estaba el martes pasado. Sí, me hubiera gustado cenar con mis padres, mis hermanos y mis abuelos. Con mis tíos y mis primos. Abrir los regalos y cantar villancios y todas esas cosas. Pero ya no tenía seis años, ¿qué sentido tenía todo eso?

La vieja que llevaba la pensión. Una puta arrugada que bien me hubiera condonado el alquiler por un par de polvos, insistía en organizar una especie de cena de nochebuena. Yo, que no había cenado allí nunca no iba a hacerlo precísamente ese día. Llegué tan tarde y tan borracho como todos los días. Los negros no iban a estar esa noche, me habían pedido consejo sobre putas. Querían darse un homenaje ese día, supongo que habían estado ahorrando. Los mandé al piso de una amiga. Luego me arrepentí, uno de ellos me contó que las putas no querían follar con él. La tenía tan grande que les hacía daño. Supongo que si eres puta y tienes que abrir tus entrañas para veinte tipos todos los días, lo último que esperas es que te empalen con un mástil de barco. No debe ser agradable. De todos modos, un hombre, desde que tiene conciencia, siempre desea que su polla sea más grande de lo que es. Debe ser una jodienda que la tengas tan grande que no puedas usarla. El mundo es un lugar extraño.

Los senegaleses, efectivamente, no estaban. Sin embargo, había en la cama de la esquina un bulto ruidoso. Yo, que pensaba acabarme una botella y dormir tranquilo, me sentí algo turbado. Al advertir mi presencia, aquel bulto, me habló. Tenía una mujer y un trabajo de mierda. Al menos había llegado más lejos que yo, yo solo tenía el trabajo de mierda. Me contó que había llegado a casa aquella tarde y se había encontrado a aquel tipo. Su mujer le dijo que se acabó, que lo dejaba por él. Que la tenía descuidada, era tan grosero, solo pensaba en el trabajo y en beber. Ella necesitaba algo más. Alguien que se desviviera por ella, alguien que no fuera él. Ni siquiera alzó la voz, ni un solo reproche, solo quería saber. El tipo le dió un par de hostias. No se defendió. Cogió sus cosas y se largó. Ahora iba a pasar la nochebuena conmigo. "Oye"- Le dije- "¿Porqué hoy?". No supo contestarme. No se explicaba muy bien aquel bulto. Todo eso me lo contó entre lágrimas. Se sorbía los mocos, era repugnante. Yo también lo hubiera dejado, si me hubieran preguntado. "Bueno, mira, no te hagas mala sangre" - Le dije. - "Estabas con una mala mujer, ahora lo sabes, ya no tiene sentido que te lamentes, si lo miras bien, te has quitado un peso de encima, tarde o temprano te la iba a jugar y oye, ha sido más temprano que tarde". Se levantó por primera vez de la cama. Y me gritó:-"No entiendes nada, nada. Yo aún la quiero. La sigo queriendo aunque esta noche tenga que dormir oyendo tus ronquidos, la quiero aún sabiendo que ahora le está chupando la polla a aquel tipo. La quería cuando me llamaba fracasado, cuando me decía que no era lo suficientemente hombre como para darme un hijo, la quiero ahora y la querré mañana. No conozcas el amor. No lo conozcas. Porque duele."- No terminó de decir la frase y ya estaba fuera de la habitación. Cerró dando un portazo. Dudé si seguirlo, pero no quería salir en las páginas de sucesos. Me metí en la cama y me dormí pensando que, tal vez, no estaba tan mal ser aquel tipo.

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