martes, 26 de febrero de 2008

En la carretera.

Cuando Lorena dejó claro que no quería volver a saber nada de mí decidí olvidarla. Resolví dejar de pensar en ella. Se me antojaba imposible, pensaba que nada funcionaría. ¿Qué podría hacer? Me preguntaba. De ninguna manera podré sacarla de mi cabeza. Así que como no se me ocurría ninguna forma, simplemente dejé de preocuparme por encontrar alguna. Opté por lo más simple. Dejarlo estar. Dejar de pensar en la manera de volver a conquistarla o llamar su atención. Dejar también de recordar los momentos que pasamos. Tan imposible me parecía que una mañana de resaca, algunos días después me encontré pensando: “Joder, llevo unos días sin acordarme de Lorena” Fue tan… fácil. Me costó tan poco que me sentí desfallecer. Si tan rápido la olvidé es que no significó tanto. Algunas veces la imaginación me lleva hacia el piso de María, el coche de Carola o una toalla en la playa junto a Marta y tiemblo de pura tristeza. Pero en este caso no, solo pensé: “vaya, hoy todo el día y ayer, y creo que el día anterior, no me he acordado ni de que existía”. Fue tan triste darme tan de bruces con la realidad. Yo creía que el muro con el chocaba era ella y su indiferencia hacia mí. Eso era duro y descorazonador. Pero al menos podía agarrarme a algo. Fue infinitamente peor darme cuenta de que el muro era yo y mi incapacidad de amar a alguien. No estaba enamorado de ella, nunca lo había estado. Ahora la veía en fotos y ni siquiera me gustaba. Eso hubiera durado una semana, yo me habría cansado realmente rápido. De hecho el desamor solo duró unos días. ¿Realmente estaba agotado al fin? ¿Ya no tenía dentro nada? ¿Fue todo una ilusión, una fantasía alimentada por el terrible concepto que tengo de mí mismo? Tal vez necesitaba, de alguna forma, demostrarme que soy capaz de querer a alguien más de lo que quiero a mi trasero. Y por eso me sentí tan mal cuando me dejó. Por eso me sentí tan mal esa mañana que comprendí que no la quería a ella, solo me quiero a mí y la usaba como vehículo para demostrarme que puedo ser menos egoísta. No le guardaba ningún rencor, ella llegó a donde quiso. Ojalá fuera eso. Desearía que fuera rabia o incluso odio. Sentir odio es sentir algo. Pero no, era la más desoladora indiferencia. Como un árbol al lado de la carretera. Deseaba volver atrás. Muchos años atrás. Ir guardando pedacitos de amor en el bolsillo. Robarle un poco a una, un poco a otra. No todo, solo un poco. De ese modo ahora podría buscar en viejos pantalones que ya no me pongo y encontrar esos pedacitos y poder entregárselos a alguna que yo eligiera. Pero los pantalones viejos los tiré, los rompí o se quedaron por el camino. Ya solo puedo ofrecer palabras vacías, sensaciones rápidas e inmediatas, una capa de pintura barata que se irá con las primeras lluvias. Estaba revolviéndome en el barro de mis pensamientos cuando el sonido del teléfono me devolvió a la realidad:

-¿Si?

-¿Edu?

-Sí, soy yo.

-Anoche me diste tu número, te dije que te llamaría, ya ves que no te mentía.

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