martes, 26 de febrero de 2008

En la carretera.

Cuando Lorena dejó claro que no quería volver a saber nada de mí decidí olvidarla. Resolví dejar de pensar en ella. Se me antojaba imposible, pensaba que nada funcionaría. ¿Qué podría hacer? Me preguntaba. De ninguna manera podré sacarla de mi cabeza. Así que como no se me ocurría ninguna forma, simplemente dejé de preocuparme por encontrar alguna. Opté por lo más simple. Dejarlo estar. Dejar de pensar en la manera de volver a conquistarla o llamar su atención. Dejar también de recordar los momentos que pasamos. Tan imposible me parecía que una mañana de resaca, algunos días después me encontré pensando: “Joder, llevo unos días sin acordarme de Lorena” Fue tan… fácil. Me costó tan poco que me sentí desfallecer. Si tan rápido la olvidé es que no significó tanto. Algunas veces la imaginación me lleva hacia el piso de María, el coche de Carola o una toalla en la playa junto a Marta y tiemblo de pura tristeza. Pero en este caso no, solo pensé: “vaya, hoy todo el día y ayer, y creo que el día anterior, no me he acordado ni de que existía”. Fue tan triste darme tan de bruces con la realidad. Yo creía que el muro con el chocaba era ella y su indiferencia hacia mí. Eso era duro y descorazonador. Pero al menos podía agarrarme a algo. Fue infinitamente peor darme cuenta de que el muro era yo y mi incapacidad de amar a alguien. No estaba enamorado de ella, nunca lo había estado. Ahora la veía en fotos y ni siquiera me gustaba. Eso hubiera durado una semana, yo me habría cansado realmente rápido. De hecho el desamor solo duró unos días. ¿Realmente estaba agotado al fin? ¿Ya no tenía dentro nada? ¿Fue todo una ilusión, una fantasía alimentada por el terrible concepto que tengo de mí mismo? Tal vez necesitaba, de alguna forma, demostrarme que soy capaz de querer a alguien más de lo que quiero a mi trasero. Y por eso me sentí tan mal cuando me dejó. Por eso me sentí tan mal esa mañana que comprendí que no la quería a ella, solo me quiero a mí y la usaba como vehículo para demostrarme que puedo ser menos egoísta. No le guardaba ningún rencor, ella llegó a donde quiso. Ojalá fuera eso. Desearía que fuera rabia o incluso odio. Sentir odio es sentir algo. Pero no, era la más desoladora indiferencia. Como un árbol al lado de la carretera. Deseaba volver atrás. Muchos años atrás. Ir guardando pedacitos de amor en el bolsillo. Robarle un poco a una, un poco a otra. No todo, solo un poco. De ese modo ahora podría buscar en viejos pantalones que ya no me pongo y encontrar esos pedacitos y poder entregárselos a alguna que yo eligiera. Pero los pantalones viejos los tiré, los rompí o se quedaron por el camino. Ya solo puedo ofrecer palabras vacías, sensaciones rápidas e inmediatas, una capa de pintura barata que se irá con las primeras lluvias. Estaba revolviéndome en el barro de mis pensamientos cuando el sonido del teléfono me devolvió a la realidad:

-¿Si?

-¿Edu?

-Sí, soy yo.

-Anoche me diste tu número, te dije que te llamaría, ya ves que no te mentía.

Mala semilla.

La última semana del mes es siempre la más dura. Siempre sin dinero, siempre un mes más cerca del siguiente invierno. Recuerdo un verano en el que solo trabajaba algunos días a la semana, algunas ni eso. Me llamaba un tipo, le cuadraba algunas cuentas, escribía alguna carta o le hacía cualquier recado como llevar papeles de un lado a otro. Yo necesitaba el dinero y no hacía ninguna tontería, salvo no cogerle el teléfono porque estaba de resaca, lo que al fin y al cabo era peor para mí porque ese día no me soltaba ningún billete. Además, no iba a quedarme con ningún papel que él me confiara ¿de qué me iba a servir? Tampoco tengo madera de extorsionador, no se me hubiera ocurrido ninguna manera de sacarle dinero por ningún secreto que me confiara. Era constructor. Y putero como el que más. Tenía negocios con proxenetas. Era iletrado y grosero. Y luego estaba la manera en que trataba a las putas. Una vez me citó en un club. Todos fantaseamos con la idea de meternos una raya directamente del culo de una mulata, una vez que ves hacerlo se rompe la magia, solo puedes sentir lástima por la chica y deseos de partirle la cara al cerdo que la mata poco a poco. Era de la clase de personas que te reconcilian con tu extrema pobreza. Viéndolo podrido de dinero llegabas a la conclusión de que el dinero se deposita en la gente de una manera tan arbitraria, absurda y obscena, sin importar si el que lo posee es inteligente o bobo, honrado o un ruin hijo de puta, que el hecho de no ser millonario no obedece a que no tengas talento o visión empresarial, pocos escrúpulos o ambición, es nada más que una grotesca casualidad. Así que cuando te encuentras con los bolsillos vacíos solo te cabe pensar: “joder, al menos no es culpa mía”.

Así estaba yo, con los bolsillos vacíos. Tenía la posibilidad de empezar en otro sitio. Un amigo estaba trabajando en otra ciudad. Arreglaba contratos, bajas laborales y ese tipo de cosas en una clínica privada. -Siempre hace falta gente – decía - todo el tiempo, el negocio va bien y cada mes hay uno o dos nuevos, podrías venirte.- Pero necesitaba algo de dinero para buscarme algún sitio donde dormir los primeros días y no tenía ni para el autobús. Así que solo podía callejear durante el día y dormir por la noche esperando la llamada de aquel tipo. No podía ni comprar alcohol para hacer la espera más llevadera. Una de esas mañanas de fin de mes me llamó:

-¿Quieres ganar cien euros?

-Joder, claro que quiero.

-Está bien, ponte un traje y espérame esta tarde en el bar de debajo de la oficina.

-¿Un traje? No tengo ningún traje.

-Pues lo compras.

-¿Con qué dinero? No tengo dinero para comprar un traje.

-No puedo creer que no hayas podido comprarte un traje con todo el dinero que estás ganando gracias a mí.

-Pues no, no he comprado ningún traje.

-Está bien, pasa por mi casa, mi mujer podrá dejarte alguno mío. O de mi hijo que serán más de tu talla y no parecerás un fantoche.

-Cualquiera parece un fantoche con un traje.

-No me toques los cojones y haz lo que digo.

Su mujer. Genial. Otra desertora del arado. Una mujer que pasó de estar cuidando los niños a una pija a ser la pija de la noche a la mañana casi sin poder digerirlo. Solo la había visto un par de veces, esperaba que me reconociera. Para colmo tuve que ir a su casa andando. Cuando dije que no tenía dinero ni para el autobús no estaba exagerando. Toqué a la puerta. Quién me abrió no fue la señora de la casa, sino su hija. La reconocí por una foto que tenía mi jefe en su despacho. Joder, pero en la foto no tenía aquellas tetas ni aquellas piernas tan largas. Creo que se dio cuenta de que la miraba de arriba abajo y luego otra vez arriba:

-¿Quién eres y qué quieres?

-Vaya, no te gusta andar por las ramas.

-¿Perdona?

-Soy… es por tu hermano, mira, no, no te preocupes, soy amigo suyo. Verás, es algo embarazoso, menos mal que eres tú y no tu madre ¿Ayer no vino a dormir, verdad?

-No, no vino a dormir.

¡Genial! Estos pijos son tan previsibles. No tenía necesidad de jugármela a una sola carta, pero las palabras me salían solas:

-Verás, me acaba de llamar. Ayer conoció a una chica. Total, se fue a dormir con ella, o lo que sea que hicieran, creo que no hace falta que te dé más detalles ¿verdad? No, si ya decía yo. Bueno, se fueron a un hotel en el centro y se acaba de despertar y la chica no está. Ni la chica ni su cartera, el reloj, el móvil y por supuesto la ropa…

-¿Qué?

-Como lo oyes, me ha dicho que viniera inventando algo, que él no tenía la cabeza fría como para pensar en excusas, pero te he visto y sé que serías comprensiva con su hermano y con su situación, con todo eso y que no hacía falta engañarte. Por supuesto que no debes decir nada a tus padres, me mataría, encima que ha confiado en mí.

-¿Pero qué dices, a qué viene esto? Si fuera verdad podrías prestarle unos vaqueros y una camiseta. ¿Quién coño eres?

-No, no, escucha. Es totalmente cierto. Por lo visto tiene una reunión o algo parecido, ya sabes que no le gusta mucho hablar de negocios ni siquiera con los amigos. Necesita uno de sus trajes y algo de dinero, quiero decir, sus papeles y esas cosas. Y dinero, eso también, para pagar el hotel y lo demás.

-Esto no tiene ningún sentido. Hubiera llamado a su novia.

-Vamos, no seas inocente, no podría contarle esto a su novia. Mira, creo que te lo puedo demostrar. No lo podemos llamar al móvil porque se lo robaron pero podemos llamar al hotel y preguntar si está allí. Tal vez así me creerías.

-¡No vas a entrar a mi casa!

-Sí, claro, me hago cargo. Solo llama al hotel, pregunta si está alojado tu hermano. Por supuesto no pidas hablar con él, me mataría, se supone que tenía que conseguir su ropa y sus papeles sin revelar la historia, es solo para que te asegures de que en realidad está ahí y confíes en mí.

-Está bien, espera aquí.

Me cerró la puerta en las narices, pero pude verle el culo unos instantes. De nuevo me lo jugaba todo a cara o cruz. Saqué mi teléfono del bolsillo y marqué el número de Juan Carlos. Era recepcionista de día y camello de noche aunque a veces no sabías donde acababa el recepcionista y donde empezaba el camello, sobre todo durante el día, de veras que se movía mucha droga en ese hotel tan caro. ¡Bingo! Estaba trabajando. En su trabajo, los dos, es importante contestar siempre al teléfono. Confirmaría mi historia. Al poco se abrió de nuevo la puerta:

-Pasa.

Joder, sí.

-Oye, perdona que antes fuera tan maleducada, es que me vienes de pronto con esa historia tan rara, comprenderás que lo único que podía pensar es que eras una especie de loco o de estafador.

-No te preocupes, nena.

-Voy a buscar la ropa de mi hermano, sírvete un zumo o algo.

-Gracias, creo que será algo.

Tardó bastante en bajar y cuando lo hizo venía con un traje, un maletín, el pelo suelto y oliendo a perfume. Oh dios, era mi día de suerte.

-Vaya, lo siento, solo me he servido a mí, tenía que haberte puesto una copa, que descortés.

En realidad iba por la tercera.

-No te preocupes, es mi casa, puedo ponerme todas las copas que quiera. Supongo que tendrás prisa.

-Sí, tu hermano debe estar preocupado.

-Que espere ese cabrón, menudo susto me ha dado.

Esa chica sabía de verdad lo que se hacía.

-Solo he podido conseguir quinientos euros, espero que llegue para pagar el hotel y lo demás.

-Oh, no te preocupes, lo que falte lo puedo poner yo, de hecho el dinero no era importante, lo hubiera puesto yo es tu hermano, ya sabes que no le gusta deber dinero ni favores. Aunque ahora me debe uno. Nos debe uno a los dos.

-Y tanto que nos lo debe.

Solté ese nos a propósito, pensaba que si la hacía creerse mi cómplice crecería el grado de intimidad entre los dos. En realidad no hacía mucha falta:

-Bueno, dime ¿de qué conoces a mi hermano, del trabajo?

Estaba sentada a mi lado con las piernas cruzadas, balanceando una de ellas y rozándome la pierna con el pie. El vaso en una mano y acariciando el borde con la yema de un dedo. Pensé que esa chica había visto muchas películas.

-En realidad de mucho antes, de la facultad. Pero es normal que no me conozcas, yo he estado siempre viajando, mi padre quería un hijo que conociera mundo e idiomas para llevar sus negocios y me ha tenido siempre de acá para allá.

-Es una lástima no haber coincidido antes.

-Ya lo creo.

No tenía mucho tiempo, yo me la quería tirar desde que me abrió la puerta y estaba claro que ella se me estaba insinuando, pero no era del tipo de las que les puedes decir: “¿follamos en el sofá o en el suelo?” Después de haber conseguido el traje y la pasta no quería echarlo todo a perder por un polvo rápido, ya estaba decidido a largarme, la miré para decirle que me largaba y me la encontré desabrochándose la camisa. Vaya sorpresa, era de las que tienen las cosas claras.

En seguida la tenía desnuda y tumbada. Fue arrastrándose y empujándome hacia abajo hasta que me tuvo comiéndoselo. Cuando decidí que era suficiente le dije que era su turno:

-No, no. Claro que no. Yo eso solo se lo hago a mi novio.

-Vamos, nena, no seas injusta.

-He dicho que no.

-Está bien, nena.

Quise meterla pero no quería, decía que quería jugar un poco más. Cogió mi mano y la puso en su entrepierna. De nuevo empezó a contorsionarse.

-Bésame abajo.

-Claro nena.

Le besé el cuello.

-Más abajo –Gemía.

Le besé las tetas.

-Esto es todo lo abajo que me vas a tener.

Ahora estaba algo contrariada. Yo también. Se la metí y acabé rápido, no está mal tampoco cuando vas solo a lo tuyo. Cuando acabamos me vestí, cogí las cosas y me largué.

Cogí un taxi, fui al aeropuerto. En el baño me puse el traje y tiré mi ropa.

-Un billete, por favor.

-¿Bussines class?

-No, esta vez será en turista, señorita.

-¿Visa o Mastercard?

-Pagaré en efectivo.

martes, 12 de febrero de 2008

La chica de las uñas desteñidas.



Desde mi balcón se puede ver su casa. Al menos yo lo creo así. Imagino que uno de los miles de puntos de luz que se ven a lo lejos es en donde ella vive. Fumo un cigarro tras otro mirando esas luces que salen de la tierra. Y no puedo dejar de pensar en ella. Joder, puedo sentirla respirar desde aquí. La imagino en su habitación, dormida, delante del ordenador o con el teléfono hablando de cualquier chorrada con algún tipo vulgar y que a ella le parece exótico. Tirada viendo la tele. Desnuda y mojada bajo la ducha. Saliendo de algún coche y entrando en su casa demasiado tarde, procurando no hacer ruído. Y solo quiero que acaben de construir ya ese maldito bloque de pisos y que deje de poder ver su casa desde mi balcón.

Llevaba siempre las uñas a medio pintar y ropa oscura porque estaba algo acomplejada por su peso. Era casi tan alta como yo, odiaba verme fumar y tenía unas preciosas tetas diminutas. Sus ojos no eran demasiado grandes ni demasiado brillantes pero no se puede decir que fueran vulgares. La nariz era grande e irregular y cuando sonreía enseñaba demasiados dientes. Sin embargo su cara era, en conjunto, bastante agradable. No era una belleza pero no estaba mal y eso para mí no estaba mal. Igual que en la canción. Es más, me gustaba mirarla. Cuando la tenía a dos centímetros de mi cara y dispuesta a besarme me parecía hermosa. Tan bella como los amaneceres, los atardeceres, las flores, los pájaros… Todo eso que se supone que es hermoso. Pues ella lo era más. Un segundo antes de besarme.

Cuando se largó la esperaba un chrysler. Seguro que también algún tipo. Cuando te dejan lo hacen por otro. Siempre hay otro. Puedes engañarte pensando que no, puedes culparte. O puedes culparla a ella. O al mundo entero. Y puede que se largue porque no te aguanta o porque se va a vivir a otra ciudad o porque tiene demencia senil a sus veinte años y no recuerda quién eres. O, simplemente, no le gustas. Lo que sea. Pero después hay otro. Siempre hay otro. Eso no es algo que me obsesionara. La primera vez que me largó también había otro. Porque siempre hay otro. Y aún así quise hacerla volver.

Entro dentro e intento olvidar que ella está en su casa, o en cualquier otro sitio, ajena a mí. En la televisión hay un negro dándole lo suyo a una chica con las tetas de silicona. A estas horas solo hay porno y concursos en la televisión. Ojalá hubiera alguna buena película. El negro sigue a lo suyo: “pan, pan, pan”. Y ella está dentro de mí: “pan, pan, pan”. Quisiera poder sacarla. Si ella supiera lo que siento ahora. Si ella sintiera lo que yo siento. Ni se imagina lo distinto que sería todo si ella me quisiera. Dios, hasta las cosas huelen y saben diferente ahora. No puedo comer nada sin sentir arcadas. Tengo que sacarla de algún modo. Intento sacar a la luz todo lo malo que hay en ella, cualquier defecto. Mierda, no funciona. Imagino por un momento, que todo es diferente, que no estoy enamorado de ella y que todo fue una aventura pasajera. Total, de nada sirve obsesinarse, nada va a cambiar. Ella no va a volver. Vale, pienso, me la logré tirar un par de veces, eso es más de lo que esperaba cuando la conocí. Ahora a por otra. De todos modos estoy mejor solo. No tengo que aguantar chorradas, síndromes pre y post menstruales, caprichos y llanteras sin sentido. Debería ser perfecto así. Conoces a una, te la llevas a la cama y hasta luego, fue bonito conocerte. Pero, qué cojones, no debería haberse marchado así. Si yo hasta estaba dispuesto a dejar de fumar y beber un poco menos. A la mierda, algo bueno hay en lo que está pasando. No me arrepiendo de haberme colgado de ella. A veces algo dentro de ti te recuerda que no eres tan egoísta. Tan malo. Ella no me quiere y, joder, duele. Pero eso no va a cambiar lo que siento por ella. Mierda, ya estoy otra vez. Tengo que sacarla de mi jodida cabeza.

El negro en la tele sigue a lo suyo: “pan, pan, pan”. Pero yo no lo veo porque estoy de nuevo en el balcón mirando al horizonte. “PAN, PAN, PAN”

Globetrotter




Durante un tiempo trabajé en un hotel de segunda. Había cogido una habitación porque era lo más barato que encontré y el trabajo surgió solo. Era algo que nadie querría hacer. A mí me dejaban dormir en una habitación con más empleados y me daban algún dinero que podía gastar en salir por ahí y comprar algo de ropa. También comida. Vivía con tres. Un portero nocturno y otros dos. Uno de ellos era una especie de paria, un marginado. Me porté bien con él los primeros días y se obsesionó conmigo. Solo podía socializar con el resto de empleados si estaba yo y me seguía a todos lados. También desarrolló un gusto por el vodka barato para intentar estar a mi altura. Al principio me molestaba, imaginaba que acabaría siendo marginado igual que él por tenerlo siempre detrás de mí. Pero era bueno tener a alguien que te acompañe cuando bebes.

El trabajo era una basura. Tenía que estar toda la noche despierto. Debía limpiar la cocina, atender la tienda, ocuparme de las chorradas que pidieran los inquilinos, reponer el papel en los baños, ese tipo de cosas. Se hacía muy aburrido, la mayor parte del tiempo eran ratos muertos. Me mantenía alejado del bar porque el camarero insistía en que tomáramos cocaína y yo lo último que quería era estar toda la noche con el corazón saliéndome del pecho. Prefería estar en un estado de aletargamiento tal que hiciera que las horas pasaran más rápido. Los tipos de recepción y los porteros nocturnos eran unos gilipollas. Así que solo podía fumar un cigarro tras otro y esperar a que amaneciera.

Conocí a un grupo de adolescentes. Estaban estudiando en la ciudad y pasarían tres semanas alojados. Me llamó mucho la atención una de las chicas. Apenas tenía dieciocho años y los ojos más grandes que haya visto nunca. Decidí caerles bien a sus amigos. No fue muy difícil hacerme con ella. Yo, aunque más pobre que una rata, borracho todo el tiempo y con un trabajo de mierda, llevaba una camisa con el nombre del hotel, tenía llaves de todas las habitaciones y un walkie talkie. Esas son la clase de cosas que llaman la atención a las mujeres, sobre todo a las más jóvenes. Para impresionar a una treintañera debes tener un trabajo fijo y un coche potente. Pero en esencia es lo mismo, si destacas por algo, por absurdo que sea, habrá alguna que se bajaría las bragas por ese tonto detalle. Les prometí sacarlos la noche que libraba. Ella se insinúo, aunque de una forma patética y acabó en mi cama. Esa y las tres noches siguientes. Lejos de ser algo bueno, se convirtió en una tortura. No dejaba ni que le sobara las tetas. Pensé que había dado con una de esas estrechas. Qué equivocado estaba. La tercera noche me metió la mano en el pantalón.

-Venga, nena, chúpamela.

-No.

-¿Porqué? Venga, solo un poco, estoy muy cachondo.

-No, seguro que te corres en mi boca.

-¿En tu boca? Claro que no, nena, si me corro luego no podríamos hacerlo. –Pensé, joder con la estrecha, ¿cuántos se habrán corrido antes en su boca?

-Ni de coña vamos a follar.

-¿Qué? Venga ya, es la tercera noche que duermes conmigo. No te he forzado nunca a nada, creo que ya toca.

-No, no vamos a hacerlo. Que te quede bien claro. No me vas a follar. Te veo andar por ahí. Como si todo te perteneciera. Te crees tan especial con esa particular forma tuya de andar, de sonreírle a la gente. No voy a ser un trofeo, seguro que ya te has follado a decenas de clientas del hotel. No voy a ser una más. Que te quede muy claro que no vamos a follar.

-Joder, nena, me dejas sin palabras. Ahora no sé qué haces aquí en la cama conmigo.

-Solo quería dormir contigo.

-¿Con tu mano en mi polla?

-Bueno, te la chupo, pero que te quede muy claro que no vamos a follar. Ni esta noche ni ninguna otra noche.

-¿Entonces me corro?

-Pero no en mi boca.

-Mierda.

Acabé y me di la vuelta. Yo solo quería dormir. Ella me rodeaba con sus brazos y sus piernas. La sentía rozarse contra mí. Yo me hacía el dormido para que dejara de molestarme.

-Oye, me has dejado mojadita, hazme algo.

-¿Qué? Venga, estoy dormido.

-No seas egoísta, no me dejes así. – Lo decía mientras se quitaba las bragas.

-¿Follamos o qué?

-No, no vamos a follar. Acaríciame, cómemelo. Me gusta que me lo coman.

-Ni de coña. Yo no hago esas cosas.

-No seas gilipollas, venga, solo acarícialo un poco hasta que me corra, me corro muy rápido.

Joder, me había vuelto a liar con una tarada.

Un par de días después salió por ahí con sus amigos. Cuando llegó yo ya estaba en la cama. Había conseguido una llave en recepción y se metió en mi cama. Estaba borracha. Quería contarme como había pasado la noche pero no que la tocara. Había bebido mucho, había conocido a unos italianos. Todo se había desmadrado y habían acabado dándose besos en los labios. Todas con todos, todos con todas. “¿No estarás celoso, verdad?” ”Ni de coña, nena, puedes hacer lo que quieras” Yo, dos horas después de que ella llegara, debía estar trabajando en el turno de mañana. La desperté. Estaba con resaca y remolona. La saqué de malos modos de la cama y estuvo el resto del día enfadada conmigo. Esa noche salimos a dar una vuelta con sus amigos. Vinieron los italianos. Quise hacer las paces con ella pero no quiso hablar conmigo.

-Oye, me dijo uno de sus amigos, ¿sabes que Carmen se besó con uno de ellos?

-Sí, me dijo que las cosas se salieron un poco de madre y que iba algo borracha.

-Bueno, no fue un simple beso.

Vale, eso explicaba bastantes cosas. Aproveché que estaba en el servicio y me largué de allí con algunos de sus amigos sin decirle nada. Había otra chica, no tan guapa como ella, pero bastante pechugona y con cara de vicio. Intenté llevármela a la cama pero compartía habitación con el hermano de su novio y no quería armar ningún escándalo. Ya en el hotel, conseguí la llave de la cocina y me fui allí con ella. No tuve tiempo ni de verle las tetas, el portero nocturno nos pilló y me gané una amonestación. Semanas más tarde me follaría a su novia, pero no voy a contar eso por ahora.

A la mañana siguiente, vino Carmen a hablar conmigo.

-¿Porqué me dejaste sola?

-No quería interrumpir nada.

-Vamos, ¿fue por eso por lo que besaste a Laura?

-No, eso fue porque me aburría.

-Sabía que eras así. Lo sabía. Por eso no quise follar contigo.

-En ese caso no te he decepcionado. Supongo que ya es tarde para lo otro.

-Imbécil.

Ella creía que no sabía lo del otro tipo. Se hizo la ofendida y no volvió a dirigirme la palabra. Semanas más tarde, cuando ya se había largado, terminó de vengarse completamente. Una recepcionista con la que hizo cierta amistad me plantó una hostia a santo de un comentario que le hice sobre su culo. Me llamó superficial y mujeriego, dijo que no le gustaban los tipos como yo y que me lo merecía. Supongo que Carmen allí donde estuviera se enteraría y se reiría de mí con una sonora carcajada.

lunes, 4 de febrero de 2008

La tormenta



Le entregué la tarjeta.

- JAJAJAJA. – Rió. - ¿Solo deseo ver tu cuerpo lleno de besos? ¿Ahora eres poeta?

- Eres tan cruel conmigo.

- Déjame, lo tienes muy fácil.

- OH, vamos, sabes que no podría, te quiero demasiado.

- Lo has hecho otras veces.

- Sabes que nunca ha sido de verdad. No podría dejarte.

- Venga ya, no puedes hablar así. Tienes que quererte un poco más. No me necesitas, yo ni siquiera te quiero.

- No me hables así. Si no me quieres ¿porqué sigues conmigo?

- Porque soy gilipollas. Es lo que pasa cuando vas saltando de uno a otro. Tienes a tres o cuatro tíos detrás de ti, tienes el ego hinchado. Una tarde te follas a uno y esa misma noche tienes a otro invitándote a cenar y regalándote flores. Pero los que merecen la pena se cansan de tu juego. Se hartan de esperar, se dan cuenta de que eres imbécil o simplemente conocen a alguien mejor que tú. Entonces cuando te cansas y decides buscar un poco de estabilidad o tal vez porque lo necesitas, te das cuenta de que el único que queda en realidad no te gusta. No sigue ahí porque tú seas especial o porque de verdad te quiera. Sigue ahí porque es tan tonto que no se ha dado cuenta de que juegas con él o porque no le sirve a ninguna otra.

- Dios, ¿por qué tienes que ser tan cruel conmigo? – Ahora lloraba mientras decía esto.

- ¿Por qué? Porque sigues ahí, porque me recuerdas que fui tan gilipollas de dejar escapar a otros. Porque me recuerdas lo estúpida que puedo llegar a ser. Porque si no fuera cruel contigo tendría que mirarme dentro y serlo conmigo y, oye, la vida me trata tan mal que yo reniego de cebarme conmigo misma.

- ¿La vida? ¿La vida te trata mal? Pobrecita. Eres una gilipollas. ¿Qué sabes tú de la vida? – Lo dije alzando la voz. - ¿Qué cojones sabes tú del sufrimiento?

- No me levantes la voz.

- ¿Qué vas a hacer, pegarme? ¿Insultarme? Vamos, nena, adelante, mira en lo que me has convertido.

- ¿Yo? Siempre has sido así.

- Te prometo que cambiaré.

- Mierda, eres tan idiota.

domingo, 3 de febrero de 2008

¿Y ahora qué?


Quedé una noche con Carlos, hacía tiempo que nos veíamos. Un tipo extraño: Siempre está hablando de las muchas cosas que haría si tuviera dinero. Invertiría en estoy en lo otro, se compraría un barco, viajaría a la luna. Pero no tiene dinero porque lo gasta en las cosas más absurdas. En ropa, relojes, la última novedad electrónica. Y también en drogas. Insistía esa noche en fumar base. -Si tuviera amoníaco, sacaríamos base de esos tres gramos de farlopa. No este que tengo para fregar el suelo, perfumado. Este te pudre por dentro. - Lo decía como si hacerlo con otra clase de amoniaco fuera algo sano. – Saldría una gota enorme si lo hiciéramos con tres gramos, cogeríamos una muy grande, si tuviera amoniaco, pero ahora no hay farmacias abiertas. – Si tuviera amoniaco, si tuviera dinero. Siempre estaba igual. No me apetecía mucho fumar en plata, la verdad, me sentaba muy mal., me ponía demasiado agresivo. Quería emborracharme simplemente.

Yo compré una botella. Él tenía una entera y otra por la mitad. Nos lo acabamos todo. Insistió en salir por ahí, a alguna discoteca. Yo solo pensaba en vomitar. Hizo dos rayas que sumaban más de medio gramo entre las dos que nos dieron aplomo y algo más. Ahora si estábamos en condiciones de salir a la calle.

No tardó en acercárseme alguna. Es muy fácil en esos sitios. No puedes permanecer a solas. Siempre hay alguna dándote el coñazo. A mí, por alguna razón que se me escapa, solo se me acercan las inseguras. Solo buscan saber que pueden ponerte cachondo, lamerte el cuello, dejar que les sobes el culo, tal vez dejan que te las lleves a la cama. Y luego desaparecen. Esta era, como no, de ese tipo de chicas. Yo, en mi estado, solo quería quitármela de encima. Fui grosero, demasiado. Ella insistía en enseñarme el encaje de su camiseta con la intención de que me fijara en sus tetas. Me miraba con unos ojos encendidos. Su piel brillaba como si estuviera bañada en esperma. Todo lo que de ella emanaba era sexo. –Si supieras lo buena que estoy, tengo un buen cuerpo debajo de toda esta ropa. – Decía sobándose las tetas. Me sentí abrumado y fui aún más grosero. Cuando entendió que esa noche no iba a acostarme con ella se largó a buscar a otro.

No tenía intención de follar esa noche con esa ni con ninguna otra. Solo quería beber y, de vez en cuando, posar mi mirada beoda en algún culo o algún buen par de tetas. La idea de tener a alguna de esas saltando encima de mí me atraía bastante, pero no me sentía con fuerzas como para aguantarlas al día siguiente. O a los dos minutos de acabar. Aún pensaba en la última que plantó. Por segunda vez. La primera vez se aburrió rápido de mí y me alejó con excusas y buenas palabras. Yo fui tan imbécil que me enamoré de ella por segunda vez. Era su cara la que quería ver por la mañana, no la de cualquier otra. Y la vi, pero no por la mañana, sino a los pocos minutos. Como no quería quedar como un idiota me recompuse, la saludé impostando una sobriedad y valor de los que carecía y me largué antes de cometer alguna estupidez.

Ya solo podía irme a casa a masticar mi rencor y mi congoja. Se me cruzó una chica en una puerta. Intenté ser lo más cínico y cruel que mi etílico estado me permitía. No me dejó acabar la tercera frase. –Eres muy simpático y muy gracioso, ¿me das tu número de teléfono?